miércoles, 25 de julio de 2007

8ª PARTE

8º PARTE

Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) Estábamos en Sanxenxo…

Sí... Cuando aquellos hombres se vieron incapaces de llegar hasta el muelle para hacerse con los barcos, se retiraron al interior del autobús como pudieron. En pocos minutos estaban rodeados por varias decenas de podridos, que seguían llegando por las calles de acceso al náutico. Aún escuchábamos las detonaciones por doquier, pero ahogadas por gemidos lacónicos y el ruido de los pies de los podridos al arrastrarse



Teníamos que aprovechar la oportunidad para hacerme con alguna de las embarcaciones del muelle, un barco lo suficientemente amplio como para soportar unos días fondeados. Aguantar a que aquello pasase, con mis hijos a bordo de mi lancha, era inviable.


Conocía a Sergio mucho antes de la pandemia. Hacía dos años que se había retirado del fútbol profesional con una hermosa cuenta corriente. Ahora se dedicaba a jugar en un pequeño equipo de la comarca y a disfrutar de su mujer, su hijo de tres años y de su precioso velero.


Bueno, esa era su vida hasta que a algún científico degenerado se le ocurrió probar qué pasaba si se juntaban dos cuartas partes de ébola, una de TSJ y una cuarta parte de su puta madre… En fin…



Sergio era un tipo reservado, hablaba lo justo y nunca llegamos a ser amigos.... Por eso me sorprendió tanto que se ofreciese a ayudarme en mi propósito de saltar al muelle… yo no lo hubiese hecho por él.



También se unió a la expedición Amoedo, con el pretexto de conseguir más víveres y gas-oil, pero creo que lo que realmente quería era ayudarme a mí y a mis hijos. Y, además, vino con nosotros José Manuel, un directivo de banca que se había pegado a Amoedo como una lapa desde que lo vió manejar el hacha contra los pijos.


El armador era un tipo poco ágil para las relaciones sociales, pero su trato con José Manuel era particularmente cómico, puesto que, al parecer, no le había concedido, años atrás, un crédito para pasar un bache económico.



Mientras bajábamos a un pequeño bote auxiliar que Amoedo tenía en la popa de su barco, los demás volvieron a sus embarcaciones y levaron anclas. Creo que ni se despidieron. Con ellos se fueron también muchos de los que abogaban por quedarse, ya que, evidentemente, cambiaron de idea con la aparición de aquellos centenares de pútridos. También se llevaron con ellos uno de los barcos que habíamos utilizado de improvisado almacén de material. Así que sólo nos quedamos nueve embarcaciones, incluyendo los tres nuestros y los que capitaneaban los dos hijos mayores de Amoedo.


(funcionario):¿A donde fueron los barcos que les abandonaron?


Todos los demás se fueron, suponemos que a Vigo, pero no lo puedo decir con seguridad, puesto que nunca más volvimos a saber de ellos.



A golpe de remo nos arrimamos a la punta del muelle y durante una media hora recorrimos las distintas embarcaciones forzando puertas y apropiándonos de abundantes provisiones como latas de conservas, gas-oil, lanza-bengalas, etc...


Sergio, que era el que más sabía de vela, fue el que eligió los dos barcos que nos llevaríamos, unos estupendos yates de doce metros. Cuando bajé a los camarotes del que me correspondió, me pareció un palacio. Sobre todo después de compartir con mis hijos dos semanas de codazos nocturnos.



Mientras trasladábamos el material a los barcos, pudimos observar como los ocupantes del autobús, habían roto las salidas de emergencia del techo del vehículo. Eran unos diez, nos gritaban y hacían señas para que les ayudásemos, pero…..

(funcionario) pero… tampoco lo hicieron.. tampoco les ayudaron.

No exactamente…

Soltamos amarras y sacamos lo más rápido que pudimos aquellos dos yates hacia la entrada del puerto. Mientras tanto, algunos de los viajeros del autobús habían sacado fuerzas de flaqueza y habían conseguido acceder al techo de una caseta de venta de material náutico. Los primeros en saltar, no esperaron por los demás y aprovecharon que en el otro lado de la caseta no había casi ningún podrido para dejarse caer al suelo. De los cuatro que lo hicieron, uno se rompió un tobillo y en pocos segundos fue rodeado por los no muertos.


Los otros tres se lanzaron en una desesperada carrera hacia la punta del muelle, que era donde nos encontrábamos.


Amoedo y José Manuel salieron los primeros de la dársena en su velero. Mientras, Sergio y yo nos afanábamos en alejarnos del pantalán, sin perder de vista a esos tres tipos que corrían hacia nuestra posición y con ellos, claro está, unas pocas decenas de podridos.


Nos gritaban: “hijos de puta, esperarnos”, pero tanto Sergio como yo, aceleramos las maniobras lo más que pudimos, para ponernos fuera de su alcance.


Sin embargo, fueron más rápidos que nosotros... Como usted sabrá, se corre mucho más cuando llevas pegado un podrido a tu pompis. Cuando alcanzaron la punta del muelle, nosotros estábamos demasiado cerca todavía.


Uno de ellos, el que había salido en primer lugar del autobus repartiendo plomo, me encañonó con su pistola, y simplemente dijo: "¡Vamos con vosotros!" No tuvimos opción. Los otros dos, un hombre y una mujer, se lanzaron al agua mientras él seguía apuntándonos.



A pesar de que una decena de podridos se acercaban tambaleantes pero rápidos a él, ávidos de carne fresca, aquel tipo no miró atrás, no vaciló un segundo, no volvió a hablar, simplemente nos apuntaba con su pistola. Si hubiese bajado el arma, y presa del pánico, se hubiera arrojado también al agua, les habríamos abandonado allí, a los tres… sin dudarlo.


Una vez que ayudamos a subir los dos primeros a bordo, el de la pistola se la lanzó, pasando a ser ellos, desde el barco , los que nos amenazaban. Cuando se arrojó al agua tenía prácticamente a los no muertos soplándole la nuca, me sorprendió mucho la frialdad de aquel tipo. No fue la última vez, no… ni mucho menos…

(Funcionario) ¿Mañana me contará que pasó con los que quedaron en el techo del autobus y de la tienda?

Claro..… hasta mañana

Conste y certifico.

En Tenerife 30/03/0012

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