lunes, 30 de julio de 2007

11ª PARTE

11º PARTE

Se transcribe:

(funcionario): ¿Qué sucedió en el muelle ?

Nos acercamos a la punta del muelle en el bote auxiliar, Amoedo con su “machada” y Juan José con su nueve milímetros, fueron los primeros en poner pie en tierra preparándose para recibir a los primeros fétidos.

Los demás, nos afanamos en descargar del bote las latas de gasolina y el material apropiado para la pequeña emboscada que habíamos planeado. Recuerdo que atravesamos en el muelle un par de barcas de madera con pinta de llevar abandonadas en dique seco una buena temporada, remos, aparejos de pesca…. Cuando bajé del bote, tenía tanto miedo, que como un autómata me concentré en la tarea que me había sido asignada. Sin levantar la vista, como quién camina por una cornisa y no quiere ver el vacío a sus pies, yo no quería ver acercarse por aquel pasillo de piedra a medio centenar de podridos.

Pero no ocurrió, no fue eso lo que sucedió…

Cuando llevaba unos minutos concentrado en levantar la barricada, me di cuenta de que no escuchaba disparos, ni el sonido característico del arrastrar de pies de los podridos, ni sus gemidos, ni sus dentelladas. Nada. Levanté la vista para ver a Juan José y a Amoedo al otro lado de la barricada, quienes seguían preparados para el combate a muerte por su supervivencia. Pero los dos podridos, en el otro extremo del muelle, no se acercaban.

Nos miraban furiosos en la distancia, alargando sus brazos y arañando el aire, gemían con más fuerza que nunca y se retorcían... pero no se acercaban. Nos miramos unos a los otros sin saber muy bien que hacer, nuestro plan se basaba en las ganas de merendarnos que tendrían esos engendros, pero por alguna razón no se dignaban a avanzar.

Jorge, el hijo de Amoedo, se empleaba a fondo conmigo en la construcción de la barricada, cuando, como yo, cayó en la cuenta de que los fétidos no avanzaban. Se dirigió a Juan José y ungido con la autoridad de ser el ideólogo de la emboscada, ordenó: “Dispara a esos dos” señalando con el dedo a los que más cerca de nuestra posición se encontraban. Juan José, obediente, los abatió de un certero disparo en la cabeza.

Volvimos a esperar… con el ruido, era seguro que atraeríamos a los de las playas y a otros muchos del interior de la isla. Pero no ocurrió nada.

Los fétidos de las playas estaban lejos, pero se comportaban exactamente igual que los dos recién abatidos, tampoco se acercaban. Mientras los observaba, intentando descifrar el misterio, Jorge salió corriendo.

Saltó por encima de la barricada, pasando a continuación como un rayo entre Amoedo y Juan José. Siguió corriendo mientras su padre lanzaba un grito ahogado de protesta intentaba detenerlo. Pero Jorge ya le llevaba mucha ventaja y en pocos segundos recorrió todo el largo del muelle, hasta llegar a los cadáveres de los dos podridos que acababa de abatir Juan José.
Al llegar, Jorge se giró sobre sus talones y gritó alertado:
“¡MIERDA, ESTÁN ATADOS!”


Los demás, nos miramos asombrados, ¿atados? ¿cómo era posible? Aún no habíamos salido de nuestro asombro ante lo que acabábamos de escuchar cuando un estampido, inconfundiblemente proveniente de un disparo, nos devolvió a la realidad. Movidos por un acto reflejo, todos nos agachamos, todos… excepto Jorge.

(funcionario): ¿Qué le pasó?


Jorge cayó muerto. El proyectil le entró por la nuca y su boca estalló en una cascada de sangre delante de nuestras narices.

Amoedo, desesperado, gritaba e intentaba llegar hasta su hijo. Pero, desde el interior de la isla seguían abriendo fuego. Juan José descargó su arma, inútilmente, contra el origen de los disparos. Era evidente que quién estaba haciendo fuego, lo hacía con un rifle y desde una distancia considerable.

Arrastramos como pudimos a Amoedo hasta el bote, los impactos sonaban muy cerca de nosotros. Toño cayó también en la refriega, una bala le atravesó de lado a lado la espalda, mientras intentaba recoger las valiosas latas de gasolina.

Hasta que nos subimos de nuevo al barco aquel hijo de puta no dejó de balearnos.

Amoedo y su mujer se abrazaron en la cubierta del barco, empapados en lágrimas. Su hijo yacía muerto en el muelle de Ons y no podían ni enterrarlo. Fue duro, muy duro.

A continuación del muelle sigue un estrecho camino que conduce a la aldea donde vivían la mayoría de los habitantes de la isla. Hay una docena de casas y era evidente, que desde alguna de aquellas ventanas habían abatido a Jorge y a Toño.

(funcionario) ¿ Quién disparaba?

No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de lo sucedido.

La infección llegó a la Isla pero, gracias a su aislamiento y su escasa población, pudieron controlarla. Más tarde, en los primeros barcos que llegaron con refugiados, quizás familiares o amigos de poblaciones cercanas, había infectados todavía vivos. Los habitantes de la isla, como método de cuarentena se limitaron a encadenar a todo aquel que llegaba a la isla a pesadas losas de piedra. Después, los que no se convertían eran liberados y los que se convertían se quedaron allí, atados.



Imagino que al principio lo hacían por ser incapaces de acabar con ellos, luego se dieron cuenta de que tener la costa de la isla plagada de podridos era un método excelente para mantener a los demás refugiados alejados. Por ello, corrió la noticia de que la isla estaba infectada.


Aquellas personas seguramente escucharon lo ocurrido en Tambo, de ahí su hostilidad ante cualquiera que llegase de tierra firme.

(funcionario) : ¿Cómo consiguieron entonces asentarse en la isla?

Digamos que hubo que convencerlos….

(funcionario) Ok, mañana me lo cuenta… se nos acabó el tiempo.
De acuerdo hasta mañana.


En Tenerife 02/04/0012

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