martes, 17 de julio de 2007

5ª PARTE

5º PARTE



continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:


“No vinieron muchos, apenas una veintena, es posible que nunca, tan pocos, hubiesen sido capaces de tirar abajo la puerta metálica que protegía el muelle. Pero su sola presencia allí, su amenaza, sus gemidos, sus aporreos incansables, sembraron el pánico en la pequeña comunidad del náutico.


Las discusiones sobre qué hacer, evacuar o aguantar, empezaron a minar la moral del grupo. Reconozco que era muy difícil conciliar el sueño con aquellas cosas tan cerca.



Algunos se desvincularon del trato y amenazaron con marcharse solos, poniendo rumbo a la isla de Tambo o Pontevedra. Comprendí entonces, que muchos no soportarían y se irían, más pronto que tarde. Un grupo cohesionado y unido nos proporcionaba mayores posibilidades de supervivencia, por otro lado, en el caso de que a mí me pasase algo, ellos podrían hacerse cargo del cuidado de mis hijos.



Por eso me vi obligado a partir, dejando la relativa seguridad del náutico. Aquella mañana, soltamos amarras todos juntos, algunos chavales se hicieron cargo de tripular los barcos que habían sido abandonados en el muelle. Al objeto de conservarlos, por lo que pudiera pasar y al mismo tiempo que nos servían como almacenes de los víveres y material a los que no pudimos hacer un hueco en nuestras embarcaciones.


Encabecé aquella pequeña flotilla de supervivientes, por el centro de la ría. Desde allí, teníamos una buena vista de las localidades de la costa de la ría como, Combarro, Poio y Marín, todas ellas desoladas, abandonadas. Desde la distancia, no podíamos distinguir si había podridos en las calles pero no sería yo el que fuese a comprobarlo, al menos de momento…...



Como ya le dije, la Escuela Naval había caído y en el puerto pesquero de Marín no quedaba un solo buque. Todos habían partido o se encontraban fondeados en la ría, lejos del alcance de los engendros. Intentamos comunicarnos con sus tripulaciones, pero no recibimos más que invitaciones poco amistosas de que no nos acercásemos, era patente el miedo al contagio de la infección.



Desistimos, nos dirigimos a Pontevedra al fin y al cabo, aquel seguía siendo un punto seguro…



Pero al poco de abandonar Marín y poner rumbo Pontevedra, por la radio comenzaron a informar de que la ciudad estaba siendo evacuada, las defensas se replegaban. Los militares se reagrupaban para dirigirse a Vigo. Allí se había creado un inmenso punto seguro muy bien abastecido y defendido, decían. Pero tan solo podían transportar al veinte por ciento de la población, el resto tendría que arreglárselas por sus propios medios. ..



Informaron… no …. más bien avisaron, de que la isla de Tambo estaba repleta de refugiados, la pequeña guarnición que quedaba, no aceptaría a ninguno más. Era lógico que Tambo estuviese repleto de refugiados puesto que es un islote que se encuentra en el centro de la Ría muy cerca de la desembocadura del Río Lérez. Es posible incluso llegar a nado hasta él desde Marín, Pontevedra o Combarro.



He de decir que aquello me conmocionó, Pontevedra o Tambo siempre habían estado en mi mente como los lugares a los que recurrir si las cosas se ponían feas. Y ahora, como improvisado Almirante de una flota de desesperados, me quedé sin ideas.



Sin ningún sitio al que ir, cometí el grave error de fondear, a la espera de acontecimientos, a medio camino entre la desembocadura del río Lérez y la Isla de Tambo. No me di cuenta de que esa era la ruta de escape de cualquiera que abandonase, desde el río, Pontevedra.



Poco después de fondear fue cuando vimos salir , a lo lejos, aquel enjambre de botes, chalanas, yates, piraguas. Fue entonces cuando me di cuenta del error que había cometido, había comprometido gravemente nuestra Seguridad. Creo que todo lo que podía flotar salió de Pontevedra huyendo desesperadamente de la infección.



Cuando las tropas se retiraron de la ciudad, miles de personas se abalanzaron a la desesperada sobre la única vía de escape posible, el mar. Con incontables podridos invadiendo la ciudad, los barcos que había en el muelle fluvial, se convirtieron en el bien más codiciado y fueron abordados. Probablemente mucha gente murió en aquel embarcadero y no todos entre las fauces de los podridos.



Avisé al resto de los barcos, para que levasen anclas lo más rápidamente posible y que se adentrasen en la ría a toda máquina. Aunque tarde, caí en la cuenta de lo que iba a pasar.



Mis hijos y yo no corrimos peligro. Gracias a la potencia de mi pequeña lancha nos pusimos rápidamente a salvo. Pero algunos de mis compañeros, sobre todo los que tripulaban veleros, más lentos en su maniobrabilidad, eran alcanzados poco a poco por aquella marabunta flotante. Según se fueron acercando las embarcaciones que salían de Pontevedra, pude ver que iban repletas de refugiados. En ellas, pude ver que sus ocupantes seguían luchando entre ellos por permanecer a bordo, algunas incluso se iban hundiendo según avanzaban. Pude escuchar claramente disparos, y observar el agitar rabioso de barras de hierro y palos en sus cubiertas. Multidud de cuerpos caían constantemente al mar, los más afortunados sin vida. Los demás chapoteaban inútilmente e intentaban llegar a nado a la cercana costa, donde les esperaba una muerte mucho peor, gentileza de la gripe de Daguedestán.



Pero lo peor llegó cuando las primeras embarcaciones alcanzaron a los yates de mi grupo que se quedaron rezagados…. Los patrones de aquel enjambre naval vieron en ellos la oportunidad de deshacerse de parte de sus incómodos pasajeros y pusieron rumbo de colisión. Abarloando a su costado para que fuesen abordados sin miramientos. Sus legítimos dueños, mis compañeros, aquellos que en esos días aciagos habían depositado, su confianza en mí para salir de aquella terrible situación. Fueron asesinados o arrojados por la borda, sin compasión.



Mis hijos, con lágrimas en los ojos, me suplicaron que regresásemos para ayudar a aquella gente, algunos, desde el mar, suplicaban a gritos por su vida. Entre esa pobre gente se encontraban niños, que durante las semanas que vivimos en el Club Náutico, se habían convertido en compañeros de juegos de mi hija Elena. Tiempo después descubrí que la chiquilla de catorce años que murió apuñalada junto con sus padres, defendiendo estoicamente su velero. Se había convertido en aquellas semanas en el embarcadero del Náutico, en algo más que una amiga para mi hijo...

(funcionario): vaya...de acuerdo.. mañana continuaremos....

Conste y certifico.

En Tenerife 27/03/0012

1 comentario:

Anónimo dijo...

aunque sería un poco discutible que saliendo de Marín hacia la isla de Tambo se vea perfectamente lo abandonado que esta Sanxenxo, el resto, en su totalidad, está genial, engancha sobremanera.