lunes, 23 de julio de 2007

7ª PARTE

7º PARTE



Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) ¿Que hicieron usted y sus compañeros después de lo ocurrido de Tambo?


Huimos de aquel sin sentido y pusimos proa a la boca de la ría.

Nunca antes de la infección, me hubiera imaginado que mis hijos tendrían que ver una cosa así. Y supongo que todos y cada uno de los tripulantes de la flotilla de supervivientes, pensábamos lo mismo. Todos nos habíamos afanado en poner a salvo a nuestras familias. Pero, después de lo ocurrido, después de haber perdido a dieciocho familias, descubrimos que los demás supervivientes podían ser incluso peores que los podridos.



Ninguno de nuestros barcos estaba preparado para realizar travesías de más de unos pocos días, y mucho menos el mío. Por lo que nos refugiamos en el puerto de Sanxenxo, casi en mar abierto.



Sanxenxo era el destino turístico principal de la zona, durante el verano, multiplicaba su población en más de quince veces y su puerto deportivo era sin duda el más lujoso y nutrido de la costa gallega. A pesar de esto, me sorprendió ver tantísimos yates amarrados en su abrigado puerto.



Pero, era totalmente lógico... en pleno invierno, la mayoría de los dueños de aquellos hermosos barcos estarían en sus zonas habituales de residencia. La escasa población invernal de Sanxenxo, habría caído víctima de la infección o sido evacuada a la zona segura de Pontevedra.


A pesar de que el puerto, al caer la tarde estaba desierto, decidimos no atracar y fondeamos para pasar la noche. Dormir en aquella lancha, amarrados, en el náutico de Marín fue duro, pero nada comparado a hacerlo fondeados. El constante balanceo y el peligro que el mar de fondo rompiese el ancla y nos estrellase contra las rocas, impidió que conciliase el sueño más de cinco minutos seguidos aquella noche.


Por otro lado, las imágenes de lo que habíamos visto a lo largo del día… era imposible sacarme aquello de la cabeza. Abracé mis hijos con fuerza aquella noche y recé, con lágrimas en los ojos, para que por lo menos ellos pudiesen salir con bien de esta. Aunque supongo que muchos otros lo habrían hecho igualmente el día anterior, en Pontevedra.


Mis preocupaciones no hicieron más que aumentar con el amanecer. El tranquilo puerto deportivo de ayer, hoy, con el alba, se había tornado en un paisaje terrorífico. Unas decenas de no muertos deambulaban por entre los coches aparcados y los cabos de amarre, algunos simplemente, permanecían de pie, al borde del mar, arañando el aire y mordiendo el viento.



Otra vez más, sin duda, el ruido de los barcos, encendidos toda la noche para poder calentarnos, los había atraído.



Nos reunimos, en el barco de Amoedo, ya que tenía el más grande de todos. Discutimos un par de horas, en algunas ocasiones a gritos. Se formaron dos grupos claramente diferenciados: Por un lado, los que abogaban por poner rumbo a Vigo, la radio seguía diciendo que aquel era el último punto seguro de la zona. Por el otro, entre los que nos incluíamos yo y Amoedo. Los que abogamos por quedarnos allí, e intentar hacernos con algunos de los más grandes de aquellos yates, en ellos podríamos aguantar sin problemas varias semanas, hasta que la situación volviese a la normalidad. En aquellas fechas, aún creíamos que las cosas volverían a la normalidad.


Era evidente que cada uno tenía sus propios motivos. Por ejemplo, yo sabía que con la gasolina que me quedaba debido a la poca autonomía de mi lancha, a duras penas llegaría a Vigo. En el caso de que ocurriese cualquier imprevisto, como el ocurrido el día anterior, por ejemplo, sería un viaje sin retorno.


Por otro lado, los que insistían en poner rumbo a Vigo tenían buenos barcos con los que poder salir a mar abierto sin problemas y regresar en el caso de que algo fallase. Excepto Amoedo, su instinto desconfiado, se había nutrido el día anterior de suficientes motivos. A pesar de que con su barco habría alcanzado Vigo sin problemas, no se volvería a poner demasiado cerca de una gran masa de supervivientes. Suponíamos que en ese punto seguro podría haber cientos de miles de personas, después de lo visto el día anterior. ¡¡NO GRACIAS!!


Por último, estaba el asunto de los víveres. Comenzaban a escasear, y era muy probable que en aquellos yates hubiese muchas cosas aprovechables, el único problema eran los podridos que los rodeaban.


Todavía en aquella reunión, mientras unos y otros, intentábamos, inútilmente, convencer al resto, de que teníamos la razón. Fue cuando un gran alboroto, proveniente del centro del pueblo, nos sacó de nuestras discusiones.


No solo nosotros nos sentimos intrigados por el origen de aquellos ruidos, los podridos que estaban en el puerto, hicieron lo propio y perdieron el interés en nuestros pellejos, evidentemente fuera de su alcance, para dedicárselo al origen del jaleo.



En pocos minutos, descubrimos que era lo que ocurría. Un autobús de línea, de los que habitualmente realizaba la ruta, entre Vigo y Pontevedra, apareció por una de las calles de acceso al puerto. El conductor de aquel trasto, quien quiera que fuese, no perdía el tiempo en esquivar, todo lo que se ponía en su camino era simplemente machacado, cubos de basura, farolas, podridos…


Al llegar a la puerta del Club Náutico de Sanxenxo, se abrieron las puertas, dos hombres salieron armados con pistolas y abrieron fuego contra los podridos que estaban más cerca. Sin duda no era la primera vez que lo hacían, racionaban la munición, solo efectuaban disparos certeros sobre las cabezas de los más cercanos.


Entonces supe que aquella era nuestra oportunidad…


(funcionario): Está bien, mañana me lo cuenta….hasta mañana

hasta mañana. .

En Tenerife 29/03/0012

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy interesante.