lunes, 6 de agosto de 2007

12ª PARTE

12º PARTE



Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) ¿Qué ocurrió tras la muerte de Jorge?

Debo reconocer que cundió el desánimo.

Aislados, a dos millas de una costa plagada de no muertos, nuestras ya exiguas reservas de combustible y víveres nos obligó a tomar una decisión desesperada…

Juan José se reunió conmigo en el velero la noche del tiroteo. Ordené a mis hijos acostarse en su camarote, para poder hablar tranquilamente con él. Analizamos nuestras posibilidades, conversamos durante horas para llegar a la conclusión de que todo se reducía a una fría ecuación, eran ellos o nosotros.


De madrugada, me despedí con un beso de mis hijos mientras dormían y me dispuse a luchar por un lugar seguro para ellos.


El invierno nos había dado una tregua aquella noche y fondeada en la desesperación, nuestra pequeña flota se mecía tranquila a cincuenta metros de la isla. Antes de sumergirme, me fijé en el barco de Amador, un hilo de luz salía por el ojo de buey del camarote dormitorio, se que en otras circunstancias nos habría acompañado sin dudarlo, pero... esta vez no.


Mientras nos acercábamos nadando a la costa, oteamos el muelle y el pueblo, intentando descubrir algún isleño vigilante. Pero todo estaba aparentemente tranquilo. Subimos por la playa, e intentamos acceder al muelle por la parte más cercana a la isla. No había luna, pero se veía lo suficiente como para distinguir en las sombras a dos engendros en lo alto de las dunas. Sabía que estaban atados, pero aún así, desenfundé el cuchillo de buceo que por única arma, colgaba de mi cinturón.


Yo subí el primero a lo alto del muelle. Mientras ayudaba a Juan José, pude ver un fogonazo a mi izquierda, luego el ruido, después la quemazón en mi hombro y cadera.


Un muchacho, al que no habíamos visto, montaba guardia en el muelle detrás de una pila de cajas de pescado. Se había puesto nervioso al vernos y nos disparó con una escopeta de caza de cañones superpuestos. Un arma muy efectiva a corta distancia, pero se había apresurado. Estábamos demasiado lejos y los perdigones se habían dispersado, aún así, me alcanzó con dos. El dolor hizo que soltara a mi compañero, el cual cayó de nuevo a la arena y que se despertase en mí una bestia dolorida.


Me lancé en una carrera homicida hacia aquel crío. En pocos segundos pasaron por mi mente los traumáticos hechos recientes. Mi mujer, mis padres, de los que no sabía absolutamente nada, la infección, mis compañeros asesinados, mis hijos … todo se revolvió en mi cabeza envenenándome la mente.


Recuerdo la cara de pánico de aquel chaval viéndome correr hacia él con un puñal en la mano, recuerdo como intentaba recargar el arma y como el temblor de sus manos le impedía acertar a introducir otro cartucho en la recámara.


Cuando estaba a pocos metros, soltó la escopeta y salió corriendo en la dirección contraria. Pero yo llevaba la ventaja de la inercia y le alcancé rápidamente, de un golpe lo tiré al suelo y casi con el mismo gesto, me dejé caer sobre él sosteniendo el cuchillo con ambas manos. Creo que lo maté en el primer envite, sentí el crujir sordo de su esternón cuando hundí el acero en su cuerpo. Volví a apuñalarlo tres o cuatro veces más.


Cuando recuperé la razón, estaba empapado en la sangre de un crío de dieciocho años y Juan José se encontraba de pie a mi lado. Jadeante, puso su mano en mi hombro y retiró el cuchillo de entre mis manos. Recogió la escopeta y la canana con los cartuchos. Escuchamos gritos provenientes del interior de la isla y luces de linternas intentaban enfocar el muelle. Juanjo me arrastró hasta debajo de unos aparejos de pesca cercanos al cadáver del chaval, donde nos ocultamos.


Pronto, llegaron dos hombres con linternas y una mujer. Uno de ellos portaba un rifle de caza con mira telescópica. Cuando lo vi, supe que había sido el que nos había recibido tan amistosamente el día anterior. Juan José y yo escondidos a pocos metros, pudimos escuchar sus lamentos y vimos como la mujer se arrodillaba abrazando al chaval, lloraba y maldecía en gallego.


Sentí como la culpa se apoderaba de mi mente, apenas pude aguantar la tensión del momento, pero Juan José dándose cuenta, me agarró de los hombros con una firmeza reconfortante y me dijo al oído "espera" Y esperamos.... unos minutos, pero nadie más se acercó al muelle, solo ellos tres, con sus maldiciones y gritos. El hombre del rifle en un arrebato de ira, gritó "FILLOS DE PUTA" elevando a continuación su arma y abriendo fuego contran nuestros barcos fondeados.


En ese momento, me quedé petrificado por la posibilidad de que aquel disparo errático hubiese acabado con la vida de alguno de mis hijos, pero Juan José no. Aprovechó la circunstancia de que el rifle era de acerrojamiento manual y mientras el tipo recargaba su arma salió de su escondite con la escopeta por delante. Los tres isleños se quedaron estupefactos. Su rostro reflejaba el enfado consigo mismos por haberse dejado atrapar tan fácilmente.


Pero Juan José no tenía pensado hacer prisioneros. Sin mediar palabra disparó primero contra el que portaba el rifle. Luego, implacable, ejecutó al otro. La mujer, gritaba mientras Juanjo la miraba fríamente y extraía de la canana otros dos cartuchos. No sé si mi compañero hubiese abierto fuego también contra ella, pero la mujer no nos dió la oportunidad de comprobarlo al arrojarse al mar para no salir nunca más.

(funcionario) Se nos acabó el tiempo …hasta mañana

hasta mañana.


Conste y certifico.

En Tenerife 03/04/0012

3 comentarios:

Anónimo dijo...

prueba

Anónimo dijo...

Oye! que paso con el ultimo capitulo???

Anónimo dijo...

¿no escribes mas?, ¿te aburriste?