10º PARTE
Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628
Se transcribe:
(funcionario) ¿Cómo decidieron dirigirse a la isla de Ons?
Esperábamos que aquella pesadilla terminara, que el gobierno acabase con ellos, o simplemente, que los no muertos terminasen....no se… ¿muriendo?. Ahora sabemos que pueden durar casi eternamente, pero en aquel momento.. no teníamos ni idea… de nada.
Después de diez días fondeados en Sanxenxo, nuestra situación era desesperada, el gas-oil escaseaba, y mover los barcos de allí sin un lugar seguro al que ir… una locura.
Cada día me despertaba en aquel velero y encendía la radio marítima. Esperaba fervientemente escuchar buenas noticias, pero cada día, la cosa iba de mal en peor. Recuerdo escuchar noticias de la caída de puntos seguros de grandes ciudades, Valencia, Coruña, Valladolid.. y las cosas en Vigo estaban mal, muy mal.
La fragata de guerra, donde se habían refugiado los altos mandos militares y autoridades civiles, había levado anclas durante la noche abandonando Vigo a su suerte. Entonces supe que era cuestión de tiempo, nada más, Vigo estaba descartado.
Nos reuníamos diariamente en el barco de Amoedo, discutíamos nuestras opciones o simplemente pasábamos el tiempo observando el deambular monótono de aquellos ex-humanos.
Aún me pregunto hasta que punto conservan su humanidad, puesto que, aunque es evidente que carecen de cualquier atisbo de raciocinio, no se lanzaban al agua con intención de alcanzarnos. Están sometidos a esa…no se como definirlo.. ¿enfermedad? Pero sus sentidos no están ni mucho menos muertos, es evidente que escuchan perfectamente y son capaces de acelerar sus movimientos cuando tienen cerca una presa que destripar… es simplemente…. demencial.
(funcionario) sigamos en Sanxenxo…por favor…
Si claro…Amoedo tiene dos hijos. Hugo y Jorge, el mayor de ellos, a sus veinte años, se capitaneaba del barco del pijo fallecido. Cuidaba de la viuda y sus dos pequeños con esmero, un chaval grande y noble, quizás algo tímido. En nuestras reuniones se limitaba a estar callado, con una taza de café en las manos, mirando a través del ojo de buey, la silueta de la costa gallega.
Un día, en una de nuestras reuniones, Sergio y Toño disertaban sobre el tiempo que podríamos aguantar en aquella situación. Jorge, sin apartar la mirada de la taza de café, espetó: “Tenemos que ir a Ons”.
Descarté Ons desde los primeros días de la infección. Por radio, se había avisado insistentemente de que esa isla estaba plagada de no muertos. Conocía la ínsula muy bien, era una excursión obligada en la época veraniega. Un pequeño trasbordador realizaba la ruta entre los distintos puertos de la Ría y Ons, sus excelentes playas y buena comida, la tenían plagada de turistas todo el verano.
Está a dos millas de Sanxenxo, mar adentro. Es una isla mucho más grande que Tambo, unos seis kilómetros de largo y un par a lo ancho. Antes de la infección, tenía una población en invierno de unas cuarenta personas, descendientes de los antiguos trabajadores de la fábrica de salazón de los años cincuenta que allí se encontraba.
Amoedo y su hijo se enfrascaron en una discusión, por supuesto la mayoría nos negábamos en un primer momento, pero los argumentos de Jorge eran aplastantes. Era una cuestión matemática, aquella isla no podía tener más de cincuenta o sesenta podridos, la población total más los que hubiesen podido llegar en los primeros días. Como la infección, según habíamos escuchado por la radio, había llegado muy rápido ese debía ser el número total de infectados.
Por otro lado, el arma principal de esos cabrones es su número. Todos habíamos visto como se comportaban, acudían en masa cuando sentían la presencia humana. El plan, según Jorge, era “sencillo”, iríamos a la isla y la limpiaríamos de fétidos.
(funcionario) ¿Y fue Sencillo?
Para nada.
Enfrentarse con los pútridos es siempre una mala idea y no lo hubiésemos siquiera barajado sino estuviésemos tan desesperados. Jorge nos convenció a todos, incluido Amoedo, que convertir aquella isla en nuestro propio punto seguro era la única opción que teníamos de sobrevivir.
Levamos anclas al día siguiente.
Pusimos rumbo a la isla, según me acercaba y se iba haciendo cada vez más grande en nuestra perspectiva, me parecía peor idea lo de meterse allí dentro.. pero era nuestra única salida, supongo.
Ons tiene un muelle de piedra bastante grande y en él, se encontraban amarrados seis o siete barcos. A cada lado del muelle, se extienden dos enormes playas. En ellas, vi al primero..…lo delataron... a lo lejos, su andar cansado y su movimientos espasmódicos. En el muelle había otros dos y quizá tres o cuatro en la otra playa.
Fondeamos a unas decenas de metros de la costa y preparamos todo el material según habíamos planeado. La idea, básicamente, consistía crear una barricada en el muelle con los múltiples restos de embarcaciones y de aparejos que había. Juan José nos cubriría con su arma mientras tuviese munición, luego, nos parapetaríamos detrás de la barricada en espera de que se juntase el mayor número posible de cabrones. En el momento que no aguantásemos más, prenderíamos la gasolina que previamente habríamos derramado en el suelo, al otro lado de la barricada. El plan era deshacerse del mayor número de fétidos de una sola vez, el resto habría que cazarlos “a mano”.
(funcionario) ¿ Y que fue lo que salió mal ?
¿Qué salió mal? Las cosas en la isla no eran ni mucho menos como nos habíamos imaginado….
(funcionario) Se nos acabó el tiempo …hasta mañana
hasta mañana
Conste y certifico.
En Tenerife 01/04/0012
domingo, 29 de julio de 2007
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