lunes, 20 de agosto de 2007

EPÍLOGO

EPÍLOGO



Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) Me ha contado el “incidente” con aquellos isleños, ¿que ocurrió con el resto de los habitantes?


Las cosas como le dije no eran, ni mucho menos, como nos habíamos imaginado.


Muchos de los que habitaban Ons al principio de la infección, la habían abandonado por diversos motivos. Muchos en busca de familiares, otros, prefirieron alojarse en el punto seguro de Vigo.

Los que quedaban, en total unos veinte habitantes, estaban enfrentados entre sí. La escasez de recursos había hecho mella en la buena convivencia. Y según nos contaron posteriormente, el que nos disparó con el rifle era el dueño del mejor negocio de hostelería de la aldea. Junto con su hermano, su mujer y su hijo se había impuesto por la fuerza a los demás habitantes, poseían el único generador de electricidad y solo lo compartían a cambio de abusivas prebendas. De ahí, su interés porque nadie más se uniese a la comunidad, la cual, ya tenían controlada… En fin, digamos que los restantes isleños no se molestaron demasiado cuando descubrieron lo que habíamos hecho con sus vecinos.


Ocupamos algunas de las casas vacías y nos esforzamos en mantener una buena relación con los demás habitantes. A pesar de eso, a todos nos costó mucho, en un principio, adaptarnos a la vida en la isla. A la alegría por sentirnos por fin a salvo de la infección le siguió el desánimo, sabíamos que no podríamos salir de allí en mucho, mucho tiempo.


(funcionario) ¿Cómo subsistieron estos años?


Creamos, entre todos, una pequeña comunidad bastante bien abastecida dadas las circunstancias. Nos adaptamos como pudimos a la vida en la isla, pronto, se repartieron los roles según las aptitudes de cada uno. Unos obtenían comida de las aves marinas y de sus huevos. Otros, prepararon pequeños huertos, y casi todos explotábamos la abundante pesca. El agua dulce no fue un problema, gracias a las frecuentes lluvias y que la isla cuenta con abundantes acuíferos y pozos.


Supongo que no han sido unos años cómodos para ningún superviviente, pero nos las arreglamos para aguantar estos doce años.


(funcionario) ¿Han tenido contacto con otros supervivientes?


En los meses posteriores, algunos barcos pasaron cerca de las islas. La mayoría siguieron su camino, otros, al ver signos de vida pararon en Ons. Algunos se nos unieron y otros siguieron su hacia el sur en busca de su propio lugar seguro.


Recuerdo que aproximadamente un año después de nuestra llegada, una mañana escuchamos a lo lejos el sonido inconfundible de un helicóptero. Nos reunimos todos los vecinos muy excitados, saltando y haciendo señas al aparato. Venía del interior de la Ría de Vigo y creo que ni nos vieron. De su panza colgaba un red con muchos bidones de combustible y fue tanta la decepción cuando se fue, como la alegría que sentimos cuando lo escuchamos.


Descubrimos meses después que en el archipiélago de Cíes, muy cercano a nuestra isla, había también supervivientes y establecimos relaciones con ellos. Nos contaron lo ocurrido en Vigo, de cómo se había convertido en una ratonera para los que habían acudido al punto seguro. La mayoría de ellos habían escapado de la infección en los primeros días, al igual que nosotros. Creo que los puntos seguros se convirtieron en inmensos restaurantes para los podridos.


Nos ayudamos mutuamente en multitud de ocasiones y cuando reunimos el valor suficiente, juntos, organizamos expediciones a la costa, en la búsqueda de materiales, medicinas y combustibles. Muchos murieron en aquellas expediciones, tan arriesgadas como necesarias, entre ellos, mi hijo Enrique….


(funcionario) Vaya lo siento no tenía idea ¿Cómo fue su rescate”?


Hace cinco meses llegó el primer barco con la nueva bandera, una bandera desconocida para nosotros. Pero sus tripulantes, nos explicaron que era la bandera del nuevo gobierno. Ellos nos contaron como se había vencido a la infección. Nos informaron de que la población mundial había quedado reducida a unos escasos cientos de miles habitantes, pero que todavía quedaba esperanza.


Supimos que los años en los que estuvimos aislados en la isla, fueron años de lucha sin cuartel contra los podridos. Que no quedaba ninguno de los países que anteriormente conocíamos y la sociedad había cambiado drásticamente. Pero la humanidad había vencido, y poco a poco, se reconstruía una nueva sociedad.


Los tripulantes del buque nos contaron de que su misión era la de buscar supervivientes. Sé, que han encontrado gente en los lugares más insospechados y con las historias más escalofriantes. Historias que hacen que dé gracias a dios por haber tenido la idea de refugiarme en un barco con lo que quedaba de mi familia.


Llegar a Ons, mi hogar, fue un milagro. Allí es donde hoy mis nietos hoy pueden corretear por sus playas y a allí es donde volveré para vivir hasta el fin de mis días.


Pero antes, he venido a la nueva capital, como representante de nuestro grupo de supervivientes, para dejar testimonio de nuestro periplo. Es nuestro deseo que las futuras generaciones sepan como conseguimos sobrevivir y como ….empezamos a vivir…


(funcionario) Creo que esto es todo, pronto podrá regresar a su hogar. Su declaración nos ha sido de mucha ayuda. Gracias por su colaboración.


Conste y certifico.

En Tenerife 04/04/0012

lunes, 6 de agosto de 2007

12ª PARTE

12º PARTE



Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) ¿Qué ocurrió tras la muerte de Jorge?

Debo reconocer que cundió el desánimo.

Aislados, a dos millas de una costa plagada de no muertos, nuestras ya exiguas reservas de combustible y víveres nos obligó a tomar una decisión desesperada…

Juan José se reunió conmigo en el velero la noche del tiroteo. Ordené a mis hijos acostarse en su camarote, para poder hablar tranquilamente con él. Analizamos nuestras posibilidades, conversamos durante horas para llegar a la conclusión de que todo se reducía a una fría ecuación, eran ellos o nosotros.


De madrugada, me despedí con un beso de mis hijos mientras dormían y me dispuse a luchar por un lugar seguro para ellos.


El invierno nos había dado una tregua aquella noche y fondeada en la desesperación, nuestra pequeña flota se mecía tranquila a cincuenta metros de la isla. Antes de sumergirme, me fijé en el barco de Amador, un hilo de luz salía por el ojo de buey del camarote dormitorio, se que en otras circunstancias nos habría acompañado sin dudarlo, pero... esta vez no.


Mientras nos acercábamos nadando a la costa, oteamos el muelle y el pueblo, intentando descubrir algún isleño vigilante. Pero todo estaba aparentemente tranquilo. Subimos por la playa, e intentamos acceder al muelle por la parte más cercana a la isla. No había luna, pero se veía lo suficiente como para distinguir en las sombras a dos engendros en lo alto de las dunas. Sabía que estaban atados, pero aún así, desenfundé el cuchillo de buceo que por única arma, colgaba de mi cinturón.


Yo subí el primero a lo alto del muelle. Mientras ayudaba a Juan José, pude ver un fogonazo a mi izquierda, luego el ruido, después la quemazón en mi hombro y cadera.


Un muchacho, al que no habíamos visto, montaba guardia en el muelle detrás de una pila de cajas de pescado. Se había puesto nervioso al vernos y nos disparó con una escopeta de caza de cañones superpuestos. Un arma muy efectiva a corta distancia, pero se había apresurado. Estábamos demasiado lejos y los perdigones se habían dispersado, aún así, me alcanzó con dos. El dolor hizo que soltara a mi compañero, el cual cayó de nuevo a la arena y que se despertase en mí una bestia dolorida.


Me lancé en una carrera homicida hacia aquel crío. En pocos segundos pasaron por mi mente los traumáticos hechos recientes. Mi mujer, mis padres, de los que no sabía absolutamente nada, la infección, mis compañeros asesinados, mis hijos … todo se revolvió en mi cabeza envenenándome la mente.


Recuerdo la cara de pánico de aquel chaval viéndome correr hacia él con un puñal en la mano, recuerdo como intentaba recargar el arma y como el temblor de sus manos le impedía acertar a introducir otro cartucho en la recámara.


Cuando estaba a pocos metros, soltó la escopeta y salió corriendo en la dirección contraria. Pero yo llevaba la ventaja de la inercia y le alcancé rápidamente, de un golpe lo tiré al suelo y casi con el mismo gesto, me dejé caer sobre él sosteniendo el cuchillo con ambas manos. Creo que lo maté en el primer envite, sentí el crujir sordo de su esternón cuando hundí el acero en su cuerpo. Volví a apuñalarlo tres o cuatro veces más.


Cuando recuperé la razón, estaba empapado en la sangre de un crío de dieciocho años y Juan José se encontraba de pie a mi lado. Jadeante, puso su mano en mi hombro y retiró el cuchillo de entre mis manos. Recogió la escopeta y la canana con los cartuchos. Escuchamos gritos provenientes del interior de la isla y luces de linternas intentaban enfocar el muelle. Juanjo me arrastró hasta debajo de unos aparejos de pesca cercanos al cadáver del chaval, donde nos ocultamos.


Pronto, llegaron dos hombres con linternas y una mujer. Uno de ellos portaba un rifle de caza con mira telescópica. Cuando lo vi, supe que había sido el que nos había recibido tan amistosamente el día anterior. Juan José y yo escondidos a pocos metros, pudimos escuchar sus lamentos y vimos como la mujer se arrodillaba abrazando al chaval, lloraba y maldecía en gallego.


Sentí como la culpa se apoderaba de mi mente, apenas pude aguantar la tensión del momento, pero Juan José dándose cuenta, me agarró de los hombros con una firmeza reconfortante y me dijo al oído "espera" Y esperamos.... unos minutos, pero nadie más se acercó al muelle, solo ellos tres, con sus maldiciones y gritos. El hombre del rifle en un arrebato de ira, gritó "FILLOS DE PUTA" elevando a continuación su arma y abriendo fuego contran nuestros barcos fondeados.


En ese momento, me quedé petrificado por la posibilidad de que aquel disparo errático hubiese acabado con la vida de alguno de mis hijos, pero Juan José no. Aprovechó la circunstancia de que el rifle era de acerrojamiento manual y mientras el tipo recargaba su arma salió de su escondite con la escopeta por delante. Los tres isleños se quedaron estupefactos. Su rostro reflejaba el enfado consigo mismos por haberse dejado atrapar tan fácilmente.


Pero Juan José no tenía pensado hacer prisioneros. Sin mediar palabra disparó primero contra el que portaba el rifle. Luego, implacable, ejecutó al otro. La mujer, gritaba mientras Juanjo la miraba fríamente y extraía de la canana otros dos cartuchos. No sé si mi compañero hubiese abierto fuego también contra ella, pero la mujer no nos dió la oportunidad de comprobarlo al arrojarse al mar para no salir nunca más.

(funcionario) Se nos acabó el tiempo …hasta mañana

hasta mañana.


Conste y certifico.

En Tenerife 03/04/0012

lunes, 30 de julio de 2007

11ª PARTE

11º PARTE

Se transcribe:

(funcionario): ¿Qué sucedió en el muelle ?

Nos acercamos a la punta del muelle en el bote auxiliar, Amoedo con su “machada” y Juan José con su nueve milímetros, fueron los primeros en poner pie en tierra preparándose para recibir a los primeros fétidos.

Los demás, nos afanamos en descargar del bote las latas de gasolina y el material apropiado para la pequeña emboscada que habíamos planeado. Recuerdo que atravesamos en el muelle un par de barcas de madera con pinta de llevar abandonadas en dique seco una buena temporada, remos, aparejos de pesca…. Cuando bajé del bote, tenía tanto miedo, que como un autómata me concentré en la tarea que me había sido asignada. Sin levantar la vista, como quién camina por una cornisa y no quiere ver el vacío a sus pies, yo no quería ver acercarse por aquel pasillo de piedra a medio centenar de podridos.

Pero no ocurrió, no fue eso lo que sucedió…

Cuando llevaba unos minutos concentrado en levantar la barricada, me di cuenta de que no escuchaba disparos, ni el sonido característico del arrastrar de pies de los podridos, ni sus gemidos, ni sus dentelladas. Nada. Levanté la vista para ver a Juan José y a Amoedo al otro lado de la barricada, quienes seguían preparados para el combate a muerte por su supervivencia. Pero los dos podridos, en el otro extremo del muelle, no se acercaban.

Nos miraban furiosos en la distancia, alargando sus brazos y arañando el aire, gemían con más fuerza que nunca y se retorcían... pero no se acercaban. Nos miramos unos a los otros sin saber muy bien que hacer, nuestro plan se basaba en las ganas de merendarnos que tendrían esos engendros, pero por alguna razón no se dignaban a avanzar.

Jorge, el hijo de Amoedo, se empleaba a fondo conmigo en la construcción de la barricada, cuando, como yo, cayó en la cuenta de que los fétidos no avanzaban. Se dirigió a Juan José y ungido con la autoridad de ser el ideólogo de la emboscada, ordenó: “Dispara a esos dos” señalando con el dedo a los que más cerca de nuestra posición se encontraban. Juan José, obediente, los abatió de un certero disparo en la cabeza.

Volvimos a esperar… con el ruido, era seguro que atraeríamos a los de las playas y a otros muchos del interior de la isla. Pero no ocurrió nada.

Los fétidos de las playas estaban lejos, pero se comportaban exactamente igual que los dos recién abatidos, tampoco se acercaban. Mientras los observaba, intentando descifrar el misterio, Jorge salió corriendo.

Saltó por encima de la barricada, pasando a continuación como un rayo entre Amoedo y Juan José. Siguió corriendo mientras su padre lanzaba un grito ahogado de protesta intentaba detenerlo. Pero Jorge ya le llevaba mucha ventaja y en pocos segundos recorrió todo el largo del muelle, hasta llegar a los cadáveres de los dos podridos que acababa de abatir Juan José.
Al llegar, Jorge se giró sobre sus talones y gritó alertado:
“¡MIERDA, ESTÁN ATADOS!”


Los demás, nos miramos asombrados, ¿atados? ¿cómo era posible? Aún no habíamos salido de nuestro asombro ante lo que acabábamos de escuchar cuando un estampido, inconfundiblemente proveniente de un disparo, nos devolvió a la realidad. Movidos por un acto reflejo, todos nos agachamos, todos… excepto Jorge.

(funcionario): ¿Qué le pasó?


Jorge cayó muerto. El proyectil le entró por la nuca y su boca estalló en una cascada de sangre delante de nuestras narices.

Amoedo, desesperado, gritaba e intentaba llegar hasta su hijo. Pero, desde el interior de la isla seguían abriendo fuego. Juan José descargó su arma, inútilmente, contra el origen de los disparos. Era evidente que quién estaba haciendo fuego, lo hacía con un rifle y desde una distancia considerable.

Arrastramos como pudimos a Amoedo hasta el bote, los impactos sonaban muy cerca de nosotros. Toño cayó también en la refriega, una bala le atravesó de lado a lado la espalda, mientras intentaba recoger las valiosas latas de gasolina.

Hasta que nos subimos de nuevo al barco aquel hijo de puta no dejó de balearnos.

Amoedo y su mujer se abrazaron en la cubierta del barco, empapados en lágrimas. Su hijo yacía muerto en el muelle de Ons y no podían ni enterrarlo. Fue duro, muy duro.

A continuación del muelle sigue un estrecho camino que conduce a la aldea donde vivían la mayoría de los habitantes de la isla. Hay una docena de casas y era evidente, que desde alguna de aquellas ventanas habían abatido a Jorge y a Toño.

(funcionario) ¿ Quién disparaba?

No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de lo sucedido.

La infección llegó a la Isla pero, gracias a su aislamiento y su escasa población, pudieron controlarla. Más tarde, en los primeros barcos que llegaron con refugiados, quizás familiares o amigos de poblaciones cercanas, había infectados todavía vivos. Los habitantes de la isla, como método de cuarentena se limitaron a encadenar a todo aquel que llegaba a la isla a pesadas losas de piedra. Después, los que no se convertían eran liberados y los que se convertían se quedaron allí, atados.



Imagino que al principio lo hacían por ser incapaces de acabar con ellos, luego se dieron cuenta de que tener la costa de la isla plagada de podridos era un método excelente para mantener a los demás refugiados alejados. Por ello, corrió la noticia de que la isla estaba infectada.


Aquellas personas seguramente escucharon lo ocurrido en Tambo, de ahí su hostilidad ante cualquiera que llegase de tierra firme.

(funcionario) : ¿Cómo consiguieron entonces asentarse en la isla?

Digamos que hubo que convencerlos….

(funcionario) Ok, mañana me lo cuenta… se nos acabó el tiempo.
De acuerdo hasta mañana.


En Tenerife 02/04/0012

domingo, 29 de julio de 2007

10ª PARTE

10º PARTE



Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) ¿Cómo decidieron dirigirse a la isla de Ons?

Esperábamos que aquella pesadilla terminara, que el gobierno acabase con ellos, o simplemente, que los no muertos terminasen....no se… ¿muriendo?. Ahora sabemos que pueden durar casi eternamente, pero en aquel momento.. no teníamos ni idea… de nada.


Después de diez días fondeados en Sanxenxo, nuestra situación era desesperada, el gas-oil escaseaba, y mover los barcos de allí sin un lugar seguro al que ir… una locura.


Cada día me despertaba en aquel velero y encendía la radio marítima. Esperaba fervientemente escuchar buenas noticias, pero cada día, la cosa iba de mal en peor. Recuerdo escuchar noticias de la caída de puntos seguros de grandes ciudades, Valencia, Coruña, Valladolid.. y las cosas en Vigo estaban mal, muy mal.


La fragata de guerra, donde se habían refugiado los altos mandos militares y autoridades civiles, había levado anclas durante la noche abandonando Vigo a su suerte. Entonces supe que era cuestión de tiempo, nada más, Vigo estaba descartado.


Nos reuníamos diariamente en el barco de Amoedo, discutíamos nuestras opciones o simplemente pasábamos el tiempo observando el deambular monótono de aquellos ex-humanos.


Aún me pregunto hasta que punto conservan su humanidad, puesto que, aunque es evidente que carecen de cualquier atisbo de raciocinio, no se lanzaban al agua con intención de alcanzarnos. Están sometidos a esa…no se como definirlo.. ¿enfermedad? Pero sus sentidos no están ni mucho menos muertos, es evidente que escuchan perfectamente y son capaces de acelerar sus movimientos cuando tienen cerca una presa que destripar… es simplemente…. demencial.


(funcionario) sigamos en Sanxenxo…por favor…


Si claro…Amoedo tiene dos hijos. Hugo y Jorge, el mayor de ellos, a sus veinte años, se capitaneaba del barco del pijo fallecido. Cuidaba de la viuda y sus dos pequeños con esmero, un chaval grande y noble, quizás algo tímido. En nuestras reuniones se limitaba a estar callado, con una taza de café en las manos, mirando a través del ojo de buey, la silueta de la costa gallega.


Un día, en una de nuestras reuniones, Sergio y Toño disertaban sobre el tiempo que podríamos aguantar en aquella situación. Jorge, sin apartar la mirada de la taza de café, espetó: “Tenemos que ir a Ons”.


Descarté Ons desde los primeros días de la infección. Por radio, se había avisado insistentemente de que esa isla estaba plagada de no muertos. Conocía la ínsula muy bien, era una excursión obligada en la época veraniega. Un pequeño trasbordador realizaba la ruta entre los distintos puertos de la Ría y Ons, sus excelentes playas y buena comida, la tenían plagada de turistas todo el verano.


Está a dos millas de Sanxenxo, mar adentro. Es una isla mucho más grande que Tambo, unos seis kilómetros de largo y un par a lo ancho. Antes de la infección, tenía una población en invierno de unas cuarenta personas, descendientes de los antiguos trabajadores de la fábrica de salazón de los años cincuenta que allí se encontraba.


Amoedo y su hijo se enfrascaron en una discusión, por supuesto la mayoría nos negábamos en un primer momento, pero los argumentos de Jorge eran aplastantes. Era una cuestión matemática, aquella isla no podía tener más de cincuenta o sesenta podridos, la población total más los que hubiesen podido llegar en los primeros días. Como la infección, según habíamos escuchado por la radio, había llegado muy rápido ese debía ser el número total de infectados.


Por otro lado, el arma principal de esos cabrones es su número. Todos habíamos visto como se comportaban, acudían en masa cuando sentían la presencia humana. El plan, según Jorge, era “sencillo”, iríamos a la isla y la limpiaríamos de fétidos.

(funcionario) ¿Y fue Sencillo?

Para nada.

Enfrentarse con los pútridos es siempre una mala idea y no lo hubiésemos siquiera barajado sino estuviésemos tan desesperados. Jorge nos convenció a todos, incluido Amoedo, que convertir aquella isla en nuestro propio punto seguro era la única opción que teníamos de sobrevivir.


Levamos anclas al día siguiente.


Pusimos rumbo a la isla, según me acercaba y se iba haciendo cada vez más grande en nuestra perspectiva, me parecía peor idea lo de meterse allí dentro.. pero era nuestra única salida, supongo.


Ons tiene un muelle de piedra bastante grande y en él, se encontraban amarrados seis o siete barcos. A cada lado del muelle, se extienden dos enormes playas. En ellas, vi al primero..…lo delataron... a lo lejos, su andar cansado y su movimientos espasmódicos. En el muelle había otros dos y quizá tres o cuatro en la otra playa.


Fondeamos a unas decenas de metros de la costa y preparamos todo el material según habíamos planeado. La idea, básicamente, consistía crear una barricada en el muelle con los múltiples restos de embarcaciones y de aparejos que había. Juan José nos cubriría con su arma mientras tuviese munición, luego, nos parapetaríamos detrás de la barricada en espera de que se juntase el mayor número posible de cabrones. En el momento que no aguantásemos más, prenderíamos la gasolina que previamente habríamos derramado en el suelo, al otro lado de la barricada. El plan era deshacerse del mayor número de fétidos de una sola vez, el resto habría que cazarlos “a mano”.

(funcionario) ¿ Y que fue lo que salió mal ?

¿Qué salió mal? Las cosas en la isla no eran ni mucho menos como nos habíamos imaginado….

(funcionario) Se nos acabó el tiempo …hasta mañana

hasta mañana


Conste y certifico.

En Tenerife 01/04/0012

viernes, 27 de julio de 2007

9ª PARTE

9º PARTE


Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

Mientras nuestros invitados forzosos se recuperaban, en la cubierta del velero de lo agitado de su huida, observamos lo que ocurría con los otros ocupantes del autobús.

Los, ya cientos, de apestosos que rodeaban el vehículo, lo golpeaban y zarandeaban sin descanso. Algunos de ellos, incluso eran capaces de trepar, por encima de los demás, agarrando los pies de los vivos que aguantaban. Otros se habían introducido dentro del bus, y sus putrefactas zarpas asomaban, a través de las salidas de emergencia.


Los desafortunados que quedaban en aquel techo, estaban sentenciados, repelían a tiros a los no muertos que conseguían acercarse más. Uno de aquellos infelices, fue derribado y arrastrado al mar de fauces y garras, siendo despedazado en décimas de segundo, como si de una inmensa trituradora humana se tratase.



Supongo que los demás tomaron la decisión al ver lo que había pasado con su compañero, suicidándose uno a uno. Un fogonazo de pólvora, fue la única vía de escape al averno pandémico en que se ha convertido nuestra existencia.


Los dos que aún quedaban en lo alto del tejado, tardaron un poco más, pero tomaron la misma decisión que el resto.



Abatidos, guardamos silencio un par de horas. Después, tuvimos una larga charla… Juan José, que era el que nos había encañonado, Carla y Toño, resultaron ser supervivientes del punto seguro de Pontevedra y nos contaron como había caído la ciudad.



En el este y norte de la ciudad la defensa fue relativamente sencilla. El Río Lérez proporcionaba una barrera natural contra los no muertos, pero el resto de la ciudad era otra historia, con calles estrechas y un gran arco de territorio para defender... la cosa se complicó mucho.


Se usó de todo para formar barricadas, una y otra vez se rechazaron oleadas de fétidos, que acudían sistemáticamente a la llamada de la carne viva.


Nos contaron, como comenzaron haciendo controles a los refugiados, que constantemente, acudían al punto seguro. Pero eran tantos miles, que pronto se volvió totalmente imposible establecer protocolos de cuarentena. Comenzaron a tener tantos casos de infección dentro, que tenían que utilizar la mitad de las fuerzas de seguridad en el control interno del punto seguro. Pronto, el abastecimiento se colapsó, escaseando la munición para mantener a raya a los apestosos, las raciones no llegaban y los que tenían comida la guardaban como oro en paño y los que no la tenían, llegaban a matar para conseguirla.


En contra de lo que habían dicho en un principio, aquello no fue una situación temporal de unos días y las informaciones que llegaban de otros puntos seguros, era igual o peor.


El mando militar decidió, entonces, replegarse a Vigo, concentrando allí las defensas. A pesar de que se dijo que se evacuarían, en vehículos militares, a las mujeres y niños, los sobornos y las influencias hicieron aparición. Los problemas de orden público fueron en aumento, llegando incluso, a linchamientos. Los militares invitaron a todo aquel que pudiese hacerse con algún transporte a seguirles hasta Vigo, en una improvisada caravana. Tan mal organizada, que lo que se consiguió fue crear un monumental atasco, una línea de varios kilómetros de coches, totalmente indefendible en su longitud. Según nos contaron, aquella caravana fue una auténtica masacre.



Nuestros nuevos amigos habían conseguido subirse a un autobús, que durante todo aquel tiempo había servido de barricada. Juan josé y Toño formaban parte del cuerpo de policía local, y habían estado defendiendo el puente sobre el Lérez del Burgo. Cuando les llegaron noticias de que la salida hacia Vigo estaba colapsada y la gente se estaba matando por hacerse con un barco en el embarcadero fluvial, decidieron hacerse con el autobús e intentar llegar a Sanxenxo por tierra. Toño, vivía en Sanxenxo y sabía que habían quedado muchos barcos abandonados, en ellos, tenían pensado llegar hasta Vigo.


Se pasaron toda la noche abriéndose paso en la carretera. Durante el viaja se encontraron con muchos accidentes, cada vez que tenían que bajarse del autobús para despejar la carretera perdían a varios compañeros. Esos engendros les salían al paso en cualquier sitio. Tardaron toda la noche en un recorrido de apenas treinta minutos.


Hasta que llegaron al puerto…allí como ya sabemos, fue incluso peor. Según me contaron, de casi cuarenta personas que habían salido de Pontevedra en aquel cacharro, solo quedaban ellos tres.


(funcionario): ¿no les recriminaron por no intentar ayudarles desde un principio?


No, durante la conversación con ellos todos nos relajamos mucho, inmediatamente bajaron su arma. También ellos corrieron por su vida en lugar de ayudar a sus amigos.. las cosas estaban así de crudas, no era nuestra culpa solo era superviviencia.


Entre todos, decidimos que ellos se quedarían con uno de los barcos que habíamos sacado del muelle, el otro me lo quedé yo. Repartimos, entre todos, los suministros que habíamos logrado rapiñar.


Nuestros nuevos amigos dudaron en un principio entre dirigirse a Vigo o quedarse con nosotros. Al final, como tenían víveres, optaron por no enfrentarse al mar abierto y quedarse con nosotros. Supongo, que al igual que nosotros, habían perdido la confianza en los puntos seguros después de la matanza de Pontevedra.


(funcionario) ¿No regresaron para buscar más víveres?


Fondeamos a pocos metros de la boca de la dársena, durante diez días más, esperando nuestra oportunidad de regresar a tierra en busca de más víveres, pero aquellas alimañas nos olían en la distancia y no se alejaban del puerto.


Por la radio, escuchamos que en Vigo las cosas se estaban poniendo feas, ya se había dado el aviso de que no se admitían más refugiados e informaban sobre disturbios constantes. Nos dimos cuenta, entonces, que había sido una buena idea no dirigirse allí. Pero también teníamos claro, que algo teníamos que hacer…y lo hicimos…claro que lo hicimos.

(funcionario) Se nos acabó el tiempo …hasta mañana

hasta mañana.
Conste y certifico.

En Tenerife 31/03/0012

miércoles, 25 de julio de 2007

8ª PARTE

8º PARTE

Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) Estábamos en Sanxenxo…

Sí... Cuando aquellos hombres se vieron incapaces de llegar hasta el muelle para hacerse con los barcos, se retiraron al interior del autobús como pudieron. En pocos minutos estaban rodeados por varias decenas de podridos, que seguían llegando por las calles de acceso al náutico. Aún escuchábamos las detonaciones por doquier, pero ahogadas por gemidos lacónicos y el ruido de los pies de los podridos al arrastrarse



Teníamos que aprovechar la oportunidad para hacerme con alguna de las embarcaciones del muelle, un barco lo suficientemente amplio como para soportar unos días fondeados. Aguantar a que aquello pasase, con mis hijos a bordo de mi lancha, era inviable.


Conocía a Sergio mucho antes de la pandemia. Hacía dos años que se había retirado del fútbol profesional con una hermosa cuenta corriente. Ahora se dedicaba a jugar en un pequeño equipo de la comarca y a disfrutar de su mujer, su hijo de tres años y de su precioso velero.


Bueno, esa era su vida hasta que a algún científico degenerado se le ocurrió probar qué pasaba si se juntaban dos cuartas partes de ébola, una de TSJ y una cuarta parte de su puta madre… En fin…



Sergio era un tipo reservado, hablaba lo justo y nunca llegamos a ser amigos.... Por eso me sorprendió tanto que se ofreciese a ayudarme en mi propósito de saltar al muelle… yo no lo hubiese hecho por él.



También se unió a la expedición Amoedo, con el pretexto de conseguir más víveres y gas-oil, pero creo que lo que realmente quería era ayudarme a mí y a mis hijos. Y, además, vino con nosotros José Manuel, un directivo de banca que se había pegado a Amoedo como una lapa desde que lo vió manejar el hacha contra los pijos.


El armador era un tipo poco ágil para las relaciones sociales, pero su trato con José Manuel era particularmente cómico, puesto que, al parecer, no le había concedido, años atrás, un crédito para pasar un bache económico.



Mientras bajábamos a un pequeño bote auxiliar que Amoedo tenía en la popa de su barco, los demás volvieron a sus embarcaciones y levaron anclas. Creo que ni se despidieron. Con ellos se fueron también muchos de los que abogaban por quedarse, ya que, evidentemente, cambiaron de idea con la aparición de aquellos centenares de pútridos. También se llevaron con ellos uno de los barcos que habíamos utilizado de improvisado almacén de material. Así que sólo nos quedamos nueve embarcaciones, incluyendo los tres nuestros y los que capitaneaban los dos hijos mayores de Amoedo.


(funcionario):¿A donde fueron los barcos que les abandonaron?


Todos los demás se fueron, suponemos que a Vigo, pero no lo puedo decir con seguridad, puesto que nunca más volvimos a saber de ellos.



A golpe de remo nos arrimamos a la punta del muelle y durante una media hora recorrimos las distintas embarcaciones forzando puertas y apropiándonos de abundantes provisiones como latas de conservas, gas-oil, lanza-bengalas, etc...


Sergio, que era el que más sabía de vela, fue el que eligió los dos barcos que nos llevaríamos, unos estupendos yates de doce metros. Cuando bajé a los camarotes del que me correspondió, me pareció un palacio. Sobre todo después de compartir con mis hijos dos semanas de codazos nocturnos.



Mientras trasladábamos el material a los barcos, pudimos observar como los ocupantes del autobús, habían roto las salidas de emergencia del techo del vehículo. Eran unos diez, nos gritaban y hacían señas para que les ayudásemos, pero…..

(funcionario) pero… tampoco lo hicieron.. tampoco les ayudaron.

No exactamente…

Soltamos amarras y sacamos lo más rápido que pudimos aquellos dos yates hacia la entrada del puerto. Mientras tanto, algunos de los viajeros del autobús habían sacado fuerzas de flaqueza y habían conseguido acceder al techo de una caseta de venta de material náutico. Los primeros en saltar, no esperaron por los demás y aprovecharon que en el otro lado de la caseta no había casi ningún podrido para dejarse caer al suelo. De los cuatro que lo hicieron, uno se rompió un tobillo y en pocos segundos fue rodeado por los no muertos.


Los otros tres se lanzaron en una desesperada carrera hacia la punta del muelle, que era donde nos encontrábamos.


Amoedo y José Manuel salieron los primeros de la dársena en su velero. Mientras, Sergio y yo nos afanábamos en alejarnos del pantalán, sin perder de vista a esos tres tipos que corrían hacia nuestra posición y con ellos, claro está, unas pocas decenas de podridos.


Nos gritaban: “hijos de puta, esperarnos”, pero tanto Sergio como yo, aceleramos las maniobras lo más que pudimos, para ponernos fuera de su alcance.


Sin embargo, fueron más rápidos que nosotros... Como usted sabrá, se corre mucho más cuando llevas pegado un podrido a tu pompis. Cuando alcanzaron la punta del muelle, nosotros estábamos demasiado cerca todavía.


Uno de ellos, el que había salido en primer lugar del autobus repartiendo plomo, me encañonó con su pistola, y simplemente dijo: "¡Vamos con vosotros!" No tuvimos opción. Los otros dos, un hombre y una mujer, se lanzaron al agua mientras él seguía apuntándonos.



A pesar de que una decena de podridos se acercaban tambaleantes pero rápidos a él, ávidos de carne fresca, aquel tipo no miró atrás, no vaciló un segundo, no volvió a hablar, simplemente nos apuntaba con su pistola. Si hubiese bajado el arma, y presa del pánico, se hubiera arrojado también al agua, les habríamos abandonado allí, a los tres… sin dudarlo.


Una vez que ayudamos a subir los dos primeros a bordo, el de la pistola se la lanzó, pasando a ser ellos, desde el barco , los que nos amenazaban. Cuando se arrojó al agua tenía prácticamente a los no muertos soplándole la nuca, me sorprendió mucho la frialdad de aquel tipo. No fue la última vez, no… ni mucho menos…

(Funcionario) ¿Mañana me contará que pasó con los que quedaron en el techo del autobus y de la tienda?

Claro..… hasta mañana

Conste y certifico.

En Tenerife 30/03/0012

lunes, 23 de julio de 2007

7ª PARTE

7º PARTE



Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

(funcionario) ¿Que hicieron usted y sus compañeros después de lo ocurrido de Tambo?


Huimos de aquel sin sentido y pusimos proa a la boca de la ría.

Nunca antes de la infección, me hubiera imaginado que mis hijos tendrían que ver una cosa así. Y supongo que todos y cada uno de los tripulantes de la flotilla de supervivientes, pensábamos lo mismo. Todos nos habíamos afanado en poner a salvo a nuestras familias. Pero, después de lo ocurrido, después de haber perdido a dieciocho familias, descubrimos que los demás supervivientes podían ser incluso peores que los podridos.



Ninguno de nuestros barcos estaba preparado para realizar travesías de más de unos pocos días, y mucho menos el mío. Por lo que nos refugiamos en el puerto de Sanxenxo, casi en mar abierto.



Sanxenxo era el destino turístico principal de la zona, durante el verano, multiplicaba su población en más de quince veces y su puerto deportivo era sin duda el más lujoso y nutrido de la costa gallega. A pesar de esto, me sorprendió ver tantísimos yates amarrados en su abrigado puerto.



Pero, era totalmente lógico... en pleno invierno, la mayoría de los dueños de aquellos hermosos barcos estarían en sus zonas habituales de residencia. La escasa población invernal de Sanxenxo, habría caído víctima de la infección o sido evacuada a la zona segura de Pontevedra.


A pesar de que el puerto, al caer la tarde estaba desierto, decidimos no atracar y fondeamos para pasar la noche. Dormir en aquella lancha, amarrados, en el náutico de Marín fue duro, pero nada comparado a hacerlo fondeados. El constante balanceo y el peligro que el mar de fondo rompiese el ancla y nos estrellase contra las rocas, impidió que conciliase el sueño más de cinco minutos seguidos aquella noche.


Por otro lado, las imágenes de lo que habíamos visto a lo largo del día… era imposible sacarme aquello de la cabeza. Abracé mis hijos con fuerza aquella noche y recé, con lágrimas en los ojos, para que por lo menos ellos pudiesen salir con bien de esta. Aunque supongo que muchos otros lo habrían hecho igualmente el día anterior, en Pontevedra.


Mis preocupaciones no hicieron más que aumentar con el amanecer. El tranquilo puerto deportivo de ayer, hoy, con el alba, se había tornado en un paisaje terrorífico. Unas decenas de no muertos deambulaban por entre los coches aparcados y los cabos de amarre, algunos simplemente, permanecían de pie, al borde del mar, arañando el aire y mordiendo el viento.



Otra vez más, sin duda, el ruido de los barcos, encendidos toda la noche para poder calentarnos, los había atraído.



Nos reunimos, en el barco de Amoedo, ya que tenía el más grande de todos. Discutimos un par de horas, en algunas ocasiones a gritos. Se formaron dos grupos claramente diferenciados: Por un lado, los que abogaban por poner rumbo a Vigo, la radio seguía diciendo que aquel era el último punto seguro de la zona. Por el otro, entre los que nos incluíamos yo y Amoedo. Los que abogamos por quedarnos allí, e intentar hacernos con algunos de los más grandes de aquellos yates, en ellos podríamos aguantar sin problemas varias semanas, hasta que la situación volviese a la normalidad. En aquellas fechas, aún creíamos que las cosas volverían a la normalidad.


Era evidente que cada uno tenía sus propios motivos. Por ejemplo, yo sabía que con la gasolina que me quedaba debido a la poca autonomía de mi lancha, a duras penas llegaría a Vigo. En el caso de que ocurriese cualquier imprevisto, como el ocurrido el día anterior, por ejemplo, sería un viaje sin retorno.


Por otro lado, los que insistían en poner rumbo a Vigo tenían buenos barcos con los que poder salir a mar abierto sin problemas y regresar en el caso de que algo fallase. Excepto Amoedo, su instinto desconfiado, se había nutrido el día anterior de suficientes motivos. A pesar de que con su barco habría alcanzado Vigo sin problemas, no se volvería a poner demasiado cerca de una gran masa de supervivientes. Suponíamos que en ese punto seguro podría haber cientos de miles de personas, después de lo visto el día anterior. ¡¡NO GRACIAS!!


Por último, estaba el asunto de los víveres. Comenzaban a escasear, y era muy probable que en aquellos yates hubiese muchas cosas aprovechables, el único problema eran los podridos que los rodeaban.


Todavía en aquella reunión, mientras unos y otros, intentábamos, inútilmente, convencer al resto, de que teníamos la razón. Fue cuando un gran alboroto, proveniente del centro del pueblo, nos sacó de nuestras discusiones.


No solo nosotros nos sentimos intrigados por el origen de aquellos ruidos, los podridos que estaban en el puerto, hicieron lo propio y perdieron el interés en nuestros pellejos, evidentemente fuera de su alcance, para dedicárselo al origen del jaleo.



En pocos minutos, descubrimos que era lo que ocurría. Un autobús de línea, de los que habitualmente realizaba la ruta, entre Vigo y Pontevedra, apareció por una de las calles de acceso al puerto. El conductor de aquel trasto, quien quiera que fuese, no perdía el tiempo en esquivar, todo lo que se ponía en su camino era simplemente machacado, cubos de basura, farolas, podridos…


Al llegar a la puerta del Club Náutico de Sanxenxo, se abrieron las puertas, dos hombres salieron armados con pistolas y abrieron fuego contra los podridos que estaban más cerca. Sin duda no era la primera vez que lo hacían, racionaban la munición, solo efectuaban disparos certeros sobre las cabezas de los más cercanos.


Entonces supe que aquella era nuestra oportunidad…


(funcionario): Está bien, mañana me lo cuenta….hasta mañana

hasta mañana. .

En Tenerife 29/03/0012

jueves, 19 de julio de 2007

6ª PARTE

6º PARTE


Continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:

“(funcionario): Hábleme de lo que ocurrió en la isla de Tambo.


Rodeamos la isla y nos pusimos fuera del alcance de los que escapaban como podían de Pontevedra. Nos acercamos lo suficiente a Tambo como para comprobar que los avisos que habían dado por radio, en el que se advertía que no se admitirían más refugiados, no eran injustificados.


Tambo estaba literalmente a tope, y allí se hacinaban ya, miles de personas. Se resguardaban del invierno gallego en chabolas tercermundistas, hechas con plásticos, ramas de los árboles, o restos de las pequeñas embarcaciones con las que habrían llegado allí.


Al estar tan cerca de la costa, aquella minúscula isla se convirtió en el refugio para muchos de los que no fueron evacuados a Pontevedra. Pero no dejaba de ser un pequeño islote, casi sin edificaciones, sin agua potable, sin suministros y con muchos cientos de supervivientes, quizá miles, a punto de unirse a ellos.


La situación tanto para unos como para otros era desesperada.

Tambo solo tiene dos accesos posibles, uno un pequeño embarcadero, el otro, una cala situada en su cara interna, la más próxima a la desembocadura del rio Lérez. El resto del perímetro de la isla, un par de kilómetros calculo, eran escolleras y roca.


En el embarcadero había un pequeño grupo de soldados, y en la cala estaba fondeada una pequeña patrullera de la Armada, la había visto en muchas ocasiones amarrada en la Escuela Naval o patrullando la ría.


Desde la megafonía exterior de la Patrullera comenzaron a realizar avisos de que no se acercasen, que tenían órdenes de no aceptar más refugiados… que se dirigiesen a Vigo, que allí les acogerían.



Vaya chiste, la mayor parte de aquellas embarcaciones iba tan sobrecargada que a duras penas no se hundían, ¿una travesía de más de dos horas hasta Vigo, la mayor parte en mar abierto? totalmente imposible. Y ya no hablo de los que iban en chalupas, canoas o piraguas, sin duda, Tambo era su única opción.


No pararon de avisar, por megafonía lo repitieron mil veces, pero aquellas personas continuaron su desesperada travesía a la isla. Cuando ya estaban prácticamente encima de la cala, desde la patrullera y el embarcadero realizaron disparos de advertencia, primero al aire, luego al agua, muy cerca de los primeros botes.



Para entonces, muchos de los refugiados de Tambo se habían acercado a la orilla. Gesticulando, hacían patente, en la distancia, que no permitirían esa invasión. Se armaron con lo que pudieron encontrar en aquel estercolero en el que se había convertido Tambo, palos, cuchillos, remos…



Cuando los primeros botes, del desesperado tropel marítimo, llegaron a unas pocas decenas de metros de la cala, muchos de sus ocupantes, saltaron al agua y comenzaron a nadar frenéticamente hacia la orilla. En la cual, ya se había formado una nutrida línea de agresivos isleños, que no dejaban de gritarles para que no se acercasen.


El miedo a la infección, la locura de aquellos días, la desesperación, hicieron el resto…


(funcionario): Pero …¿que pasó?



Desde nuestros barcos vimos como los isleños apaleaban a los primeros que llegaban a la orilla, aquella carnicería me recordó a las matanzas de focas que se hacían en canadá.


En pocos minutos, aquella cala se convirtió en una batalla campal. Al principio con dos bandos diferenciados, pero pronto, aquella lucha por la supervivencia, se convirtió en una masa chapoteante informe, rebozada en arena, agua salada y sangre.


A pesar de esto, no paraban de llegar más y más refugiados a la orilla…

Los militares, no se, si asustados por lo que estaban viendo, por estar desbordados ante tal tragedia o por órdenes superiores, levaron anclas y pusieron rumbo a la boca de la ría, abandonando a su suerte a unos y otros.


Es muy probable, que entre esos cientos de personas que escapaban de Pontevedra, muchos hubiesen sido mordidos durante su huida, por tanto, de esta manera la infección llegó también a Tambo….

(funcionario): Creo que hemos terminado por hoy ….hasta mañana

hasta mañana.

En Tenerife 28/03/0012

martes, 17 de julio de 2007

5ª PARTE

5º PARTE



continuación de la comparecencia del superviviente 95.628

Se transcribe:


“No vinieron muchos, apenas una veintena, es posible que nunca, tan pocos, hubiesen sido capaces de tirar abajo la puerta metálica que protegía el muelle. Pero su sola presencia allí, su amenaza, sus gemidos, sus aporreos incansables, sembraron el pánico en la pequeña comunidad del náutico.


Las discusiones sobre qué hacer, evacuar o aguantar, empezaron a minar la moral del grupo. Reconozco que era muy difícil conciliar el sueño con aquellas cosas tan cerca.



Algunos se desvincularon del trato y amenazaron con marcharse solos, poniendo rumbo a la isla de Tambo o Pontevedra. Comprendí entonces, que muchos no soportarían y se irían, más pronto que tarde. Un grupo cohesionado y unido nos proporcionaba mayores posibilidades de supervivencia, por otro lado, en el caso de que a mí me pasase algo, ellos podrían hacerse cargo del cuidado de mis hijos.



Por eso me vi obligado a partir, dejando la relativa seguridad del náutico. Aquella mañana, soltamos amarras todos juntos, algunos chavales se hicieron cargo de tripular los barcos que habían sido abandonados en el muelle. Al objeto de conservarlos, por lo que pudiera pasar y al mismo tiempo que nos servían como almacenes de los víveres y material a los que no pudimos hacer un hueco en nuestras embarcaciones.


Encabecé aquella pequeña flotilla de supervivientes, por el centro de la ría. Desde allí, teníamos una buena vista de las localidades de la costa de la ría como, Combarro, Poio y Marín, todas ellas desoladas, abandonadas. Desde la distancia, no podíamos distinguir si había podridos en las calles pero no sería yo el que fuese a comprobarlo, al menos de momento…...



Como ya le dije, la Escuela Naval había caído y en el puerto pesquero de Marín no quedaba un solo buque. Todos habían partido o se encontraban fondeados en la ría, lejos del alcance de los engendros. Intentamos comunicarnos con sus tripulaciones, pero no recibimos más que invitaciones poco amistosas de que no nos acercásemos, era patente el miedo al contagio de la infección.



Desistimos, nos dirigimos a Pontevedra al fin y al cabo, aquel seguía siendo un punto seguro…



Pero al poco de abandonar Marín y poner rumbo Pontevedra, por la radio comenzaron a informar de que la ciudad estaba siendo evacuada, las defensas se replegaban. Los militares se reagrupaban para dirigirse a Vigo. Allí se había creado un inmenso punto seguro muy bien abastecido y defendido, decían. Pero tan solo podían transportar al veinte por ciento de la población, el resto tendría que arreglárselas por sus propios medios. ..



Informaron… no …. más bien avisaron, de que la isla de Tambo estaba repleta de refugiados, la pequeña guarnición que quedaba, no aceptaría a ninguno más. Era lógico que Tambo estuviese repleto de refugiados puesto que es un islote que se encuentra en el centro de la Ría muy cerca de la desembocadura del Río Lérez. Es posible incluso llegar a nado hasta él desde Marín, Pontevedra o Combarro.



He de decir que aquello me conmocionó, Pontevedra o Tambo siempre habían estado en mi mente como los lugares a los que recurrir si las cosas se ponían feas. Y ahora, como improvisado Almirante de una flota de desesperados, me quedé sin ideas.



Sin ningún sitio al que ir, cometí el grave error de fondear, a la espera de acontecimientos, a medio camino entre la desembocadura del río Lérez y la Isla de Tambo. No me di cuenta de que esa era la ruta de escape de cualquiera que abandonase, desde el río, Pontevedra.



Poco después de fondear fue cuando vimos salir , a lo lejos, aquel enjambre de botes, chalanas, yates, piraguas. Fue entonces cuando me di cuenta del error que había cometido, había comprometido gravemente nuestra Seguridad. Creo que todo lo que podía flotar salió de Pontevedra huyendo desesperadamente de la infección.



Cuando las tropas se retiraron de la ciudad, miles de personas se abalanzaron a la desesperada sobre la única vía de escape posible, el mar. Con incontables podridos invadiendo la ciudad, los barcos que había en el muelle fluvial, se convirtieron en el bien más codiciado y fueron abordados. Probablemente mucha gente murió en aquel embarcadero y no todos entre las fauces de los podridos.



Avisé al resto de los barcos, para que levasen anclas lo más rápidamente posible y que se adentrasen en la ría a toda máquina. Aunque tarde, caí en la cuenta de lo que iba a pasar.



Mis hijos y yo no corrimos peligro. Gracias a la potencia de mi pequeña lancha nos pusimos rápidamente a salvo. Pero algunos de mis compañeros, sobre todo los que tripulaban veleros, más lentos en su maniobrabilidad, eran alcanzados poco a poco por aquella marabunta flotante. Según se fueron acercando las embarcaciones que salían de Pontevedra, pude ver que iban repletas de refugiados. En ellas, pude ver que sus ocupantes seguían luchando entre ellos por permanecer a bordo, algunas incluso se iban hundiendo según avanzaban. Pude escuchar claramente disparos, y observar el agitar rabioso de barras de hierro y palos en sus cubiertas. Multidud de cuerpos caían constantemente al mar, los más afortunados sin vida. Los demás chapoteaban inútilmente e intentaban llegar a nado a la cercana costa, donde les esperaba una muerte mucho peor, gentileza de la gripe de Daguedestán.



Pero lo peor llegó cuando las primeras embarcaciones alcanzaron a los yates de mi grupo que se quedaron rezagados…. Los patrones de aquel enjambre naval vieron en ellos la oportunidad de deshacerse de parte de sus incómodos pasajeros y pusieron rumbo de colisión. Abarloando a su costado para que fuesen abordados sin miramientos. Sus legítimos dueños, mis compañeros, aquellos que en esos días aciagos habían depositado, su confianza en mí para salir de aquella terrible situación. Fueron asesinados o arrojados por la borda, sin compasión.



Mis hijos, con lágrimas en los ojos, me suplicaron que regresásemos para ayudar a aquella gente, algunos, desde el mar, suplicaban a gritos por su vida. Entre esa pobre gente se encontraban niños, que durante las semanas que vivimos en el Club Náutico, se habían convertido en compañeros de juegos de mi hija Elena. Tiempo después descubrí que la chiquilla de catorce años que murió apuñalada junto con sus padres, defendiendo estoicamente su velero. Se había convertido en aquellas semanas en el embarcadero del Náutico, en algo más que una amiga para mi hijo...

(funcionario): vaya...de acuerdo.. mañana continuaremos....

Conste y certifico.

En Tenerife 27/03/0012

4ª PARTE

4º PARTE


continuación de la comparecencia al superviviente 95.628

Se transcribe:

(Funcionario): Bien, ya nos ha hablado del comienzo, pasemos a la caída de la zona segura de Pontevedra ¿Qué recuerdos tiene de aquellos días?:


En varias ocasiones el Alcalde nos citó a todos los concejales para comunicarnos algunas medidas que se iban a tomar…. No recuerdo todas, pero creo que fueron gilipolleces tales como apoyo psicológico a las víctimas, presentar al ayuntamiento como acusación popular en el caso de reclamaciones jurídicas. En fin… cosas absurdas de ese tipo…. En una de esas reuniones, simplemente me levanté y me fui sin decir una sola palabra, para no volver nunca más.


En esos días, otras personas, alertadas por el desarrollo de los acontecimientos se fueron a vivir a sus barcos del puerto deportivo. Eso me alegró, puesto que de esta manera mis hijos ya no estarían solos durante el día y me permitía estar más tiempo fuera ayudando a mis padres, los cuales ya sabían que lo del Ambulatorio no había sido producto de mi mente desquiciada, a aprovisionarse.



También, para informarme del desarrollo de los acontecimientos en otras ciudades y países. Aquello pintaba mal, muy mal. Pronto comenzaron los saqueos, encontrar víveres comenzó a ser una necesidad vital para todos y para muchos ya fue demasiado tarde.



Mis hijos se empezaron a dar cuenta entonces de la gravedad del asunto y sus gestos de enfado se tornaron en colaboración absoluta y una disciplina casi castrense en las obligaciones diarias que les imponía.



Recuerdo que tuvimos bastantes problemas, al principio, entre los que nos instalamos en el club. Sin duda el más grave ocurrió cuando una familia insistía en alojar con ella a un sobrino que presentaba claros síntomas de haber sido mordido....



Entendí enseguida que sería imposible convencerlos de que lo tenían que abandonar fuera del recinto del club. El padre de familia era un tipo de mucho dinero. Se le notaba acostumbrado a dar órdenes y no aceptaba mi consejo y… bueno… no insistí más y aproveché la oportunidad para conocer más afondo con lo que me enfrentaba, y por otro lado, enseñar al resto de las familias lo que podía pasar si encubrían a un infectado.



La noche en que llegó el crío, después de la discusión con el padre de familia, esperé horas sentado en el muelle. Monté guardia pacientemente justo enfrente donde se encontraba amarrado el yate de aquella familia.



Eran cinco los miembros de aquella familia más el sobrino infectado. Los primeros rayos del alba llegaron de la mano con los primeros gritos provenientes del interior del barco. En ese momento me levanté de mi asiento regodeándome en la sensación de tener la razón de mi lado. Largué poco a poco el cabo hasta que el velero se elejó unos seis o siete metros del muelle. Luego, volví a amarrar el cabo y esperé.... Aquella familia subió desesperada a la cubierta entre sollozos y aspavientos.... Alertados por la algarabía, las otras familias comenzaron a salir de sus embarcaciones y se acercaron para ver lo que ocurría.



Todos, Enrique y Elena incluidos. Asistimos a la encarnizada batalla en la cubierta del velero entre aquel padre y su hijo mayor con el sobrinito.


Lucharon como jabatos lo reconozco, no me esperaba tanto de aquellos pijos. La madre y los dos hijos más pequeños saltaron al agua y alcanzaron el muelle a nado. Finalmente, aquel hombre y su hijo consiguieron arrojar por la borda al no muerto. Desgraciadamente ambos ya habían sido mordidos. Cuando se deshicieron del engendro, cobré despacio del cabo. Una vez amarrado nuevamente el yate al pantalán di un paso atrás….



El padre de familia, de pie en la cubierta, me miraba con desazón. En su mirada, acerté a distinguir una mezcla de culpabilidad y de súplica por la vida de su hijo. El cual, con poco más de dieciocho años, intentaba contener las lágrimas ante lo inevitable.


Amoedo, el dueño y armador de varios barcos atuneros y propietario también de un hermoso yate de 12 metros que ocupaba una plaza de amarre tres más allá que el mío. Un tipo que al inicio de su pubertad se había embarcado en un pesquero para no desembarcar hasta su jubilación. Ordenó a su mujer que hiciese entrar a la aterida mujer del pijo y a sus dos hijos al interior de su barco. "pra que se quenten un pouquiño, dalles unha soupiña ou aljo”.


Amoedo siempre hablaba en algo parecido al gallego. Cuando la mujer y los niños se introdujeron en su barco, abrió sin prisa el tambucho de proa y extrajo una enorme hacha de cortar la leña. Sin mediar palabra alguna, saltó con decisión sobre la proa del barco de los pijos. Sin darles una sola oportunidad, los descuartizó… como probablemente Amoedo había descuartizado en su vida multitud de atunes, bonitos y peces espada. Amoedo, un tipo normal de un pueblo pesquero, mató en presencia de más de cincuenta personas a aquel hombre y su aterrado hijo… Nadie intentó detenerlo, nadie en el muelle movió un solo músculo por los pijos. Sin duda, esa era exactamente la reacción que yo buscaba… en mi obsesión por salvar a mis hijos, era de personas del tipo de Amoedo de las que tenía que rodearme ….. no de pijos.


(Funcionario): Usted sabía lo que iba a ocurrir, pudo haberlos salvado, si no hubiese soltado amarras ....


Si no hubiese soltado amarras probablemente Amoedo en vez de matar a dos, hubiese tenido que descuartizar a cinco o a diez..... entre ellos yo o mis hijos, y como ya manifesté nada ni nadie se interpondría en el camino de salvarlos.


Aquel hombre tomó su decisión y le costó la vida tanto a él como a su hijo.... de paso sirvió para que nadie más volviese a cuestionar mi criterio en las medidas de aislamiento.



Nadie me reprochó nada, aquel episodio sirvió paradójicamente para unirnos como grupo y buena falta que nos hizo se lo aseguro. No soy un monstruo, entre todos, cuidamos de aquella mujer y sus hijos, la cual por cierto, tampoco me recriminó nunca nada, más bien todo lo contrario.....de hecho, hoy en día, ella es mi mujer.



(Funcionario) : está bien... está bien... no estamos aquí para cuestionarle...continuemos con la situación en la provincia de Pontevedra ...



En una semana escasa, el ejército ya había tomado el mando y comenzaba a evacuar los pequeños núcleos urbanos que rodean Pontevedra entre ellos Marín, concentrando a la población en los puntos seguros más cercanos. Los soldados nos visitaron en nuestro refugio del náutico. Nos dieron la oportunidad de irnos con ellos avisándonos que los que se quedasen, lo harían bajo su propia responsabilidad. A partir de ese momento estábamos totalmente solos.



En el club ya éramos más de treinta familias. Nos habíamos organizado bastante bien y nos sentíamos bastante seguros allí, yo había sido el primero en tomar aquel sitio como nuestro pequeño punto seguro y hacia mi se dirigieron todas las miradas cuando el soldado nos dio la oportunidad de acompañarle. Yo agradecí encarecidamente el ofrecimiento de los soldados, pero opté por quedarnos allí. Tan solo tres familias abandonaron sus yates para irse con ellos, no sin antes, autorizarnos para usar las embarcaciones si nos hacían falta.


Los soldados antes de irse nos dieron algunos consejos de cómo actuar ante los no muertos, disparar a la cabeza, el fuego, etc.. en fin, lo que todos ya sabemos, nos dijeron que esta situación pronto se arreglaría… que aguantáramos unos días hasta que pudiesen acabar con esos engendros, que volverían a por nosotros.....doce años después aún estaríamos esperando....



Acordamos entre todos los del club que si las cosas se ponían feas, soltaríamos amarras y nos dirigiríamos a la isla de Tambo, ese sería el punto de reunión en caso de perdernos unos de otros.



Organizamos turnos de vigilancia y reforzamos las puertas de hierro que impedían el acceso pequeño muelle del Club. Habíamos logrado hacer acopio de una cantidad importante de víveres, yo repartí lo que tenía en el cobertizo entre las familias que menos habían podido traer, a cambio recibí abundantes medicamentos y gasolina, resistiríamos una buena temporada o eso creíamos...


Durante algunos días no sucedió nada significativo en el muelle, nadie más vivo o muerto se acercó al club, tan solo la radio nos mantenía informados de lo que iba sucediendo. Los podridos estaban acosando Pontevedra, la tenían rodeada, los policías y militares rechazaban como podían los ataques. Hoy en día sabemos que las grandes concentraciones de personas atraen a grandes cantidades de Podridos, pero en aquellas fechas no se sabía nada de esto.


La escuela naval de Marín un recinto militar, a escasa una milla por mar del Club Náutico, había sido también usado como punto seguro pero al parecer cayó rápidamente. La escuela Naval tenía un perímetro de seguridad con altas rejas pero, no dejaba de ser una escuela, carecían de un buen arsenal y cuando la munición comenzó a escasear en los demás puntos seguros la escuela Naval dejó de ser abastecida y terminó por caer. Casi todos sus refugiados pudieron ser evacuados desde allí a la isla de Tambo a Pontevedra.



Cuando el viento soplaba del este el eco de la batalla por la defensa de la ciudad llegaba con claridad. El sonido de los disparos retumbaban en toda la ría. Por la noche, los destellos de las explosiones iluminaban el cielo.



Uno de esos días la corriente eléctrica se cortó y tuvimos que comenzar a arrancar los barcos para tener energía. Y claro.. con el ruido de los motores... llegaron los podridos…..


(funcionario): se nos ha acabo el tiempo hoy nos hemos extendido bastante más de lo normal, hasta mañana


hasta mañana.

En Tenerife 26/03/0012

3ª PARTE

3º PARTE

ARTE



Continuación de la comparecencia al superviviente 95.628


Se transcribe:


La experiencia del fallecimiento y posterior reanimación de mi mujer, aquella horrible mañana en el hospital, sigo pensando que fue lo que me salvó la vida.


Mientas otras muchas personas de mi ciudad se enteraban de la infección mediante noticias sesgadas o rumores yo lo tenía muy claro. Sabía que los que habían sido mordidos se convertían en lo que fuera que se había transformado mi mujer.



Conocía perfectamente la forma de pensar de los políticos, al fin y al cabo yo era uno de ellos. Sabía que para cuando quisieran tomar medidas ya sería demasiado tarde. La burocracia y el escepticismo jugarían en nuestra contra. No les culpo, yo tampoco lo creería si no hubiese visto con mis propios ojos a la que era mi mujer comiéndose a una compañera…

(funcionario): Sabemos que es difícil no entremezclar los sentimientos con los hechos de los que todos hemos sido víctimas, pero la finalidad de esta toma de declaración es la de sacar conclusiones, saber cómo fueron las primeras reacciones de las autoridades, fallos organizativos y de logística, para ello debemos ceñirnos estrictamente a la evolución de la infección en las distintas localidades, su testimonio como miembro de un equipo de gobierno local en Pontevedra es vital, prosiga por favor, muchas gracias.


…Está bien… discúlpeme…


Fui a buscar a mis hijos a casa de mis padres, como ya dije Enrique tenía quince años y Elena acababa de cumplir doce. Fueron momentos duros, pero no les mentí. Les conté a todos lo que había pasado, lo más suavemente posible por supuesto. Pero entendí que tenían que tomar conciencia lo antes posible de la situación, era algo crítico.


Mis padres me preguntaron si había tomado drogas o algo por el estilo. Qué donde estaba realmente Rosa, que yo que se…. Todo menos creerse lo que les estaba contando, llamaron al Hospital y como me temía no confirmaron nada, desvirtuaron la realidad hablando de enfermos y de infecciones en vez de hablar de muertos caníbales que era de lo que trataba el asunto. Esto no hizo más que reafirmarme en mis sospechas de que aquello fuese lo que fuese pronto se escaparía de cualquier control.


Trasladé a mis hijos al puerto deportivo de Marín, a pocos kilómetros de Pontevedra. Hacía unos años que me había comprado una pequeña lancha motora cabinada. Solo seis metros de eslora, pero con un potente motor que me permitía disfrutar del mar en las épocas estivales.


Nos alojamos en ella. Ni que decir tiene que con la opinión en contra de mis hijos, estábamos en pleno mes de Enero y no era plato de gusto pasarse el día mojado y en un barquito que a pesar de estar amarrado en un puerto con buen abrigo, se movía como un corcho con el mar de fondo.


Los dejé con órdenes tajantes de no moverse de allí y no dejar que nadie se subiese a bordo. Volví a Pontevedra, en mi casa recogí todo lo que pude de valor o lo que me pudiese ser útil para mi estancia abordo.


Una vez que tenía el coche cargado fui al banco y retiré prácticamente todos nuestros ahorros. Acudí a ver a mis amigos más cercanos y a los que no pude localizar les llamé por teléfono. A todos les interpelé de primeras con la siguiente frase “Se que no me vas a creer pero….” Algunos me mandaron directamente al cuerno, otros me recomendaron un amigo suyo psiquiatra, y unos pocos, aunque no me creyeron, siguieron mis indicaciones de hacer acopio de elementos de primera necesidad y reunión de sus familias en un punto seguro, por si acaso.



Volví para descargar todo lo que pude en el barco. Pedí permiso al guarda muelle para usar un pequeño cobertizo que había en el muelle como almacén, sin dar demasiadas explicaciones, ya había perdido suficiente tiempo. Con el coche descargado otra vez fui a un supermercado cercano y compré todos los víveres que pude.


(funcionario) ¿No intentó usted que esta acertada política de aprovisionamiento se extendiese a nivel gubernativo?


Ummmm… es muy fácil ver los toros desde la barrera, ¿lo que usted insinúa es si intenté convencer al Sr. Alcalde de que el Apocalipsis se nos venía encima? Lo que hice, lo hice porque saqué consecuencias lógicas de lo que había visto en aquel hospital, y por una corazonada ….nada más… no me toque los huevos insinuando si pude haber evitado una sola muerte porque dejamos esto aquí mismo…..



(Funcionario) entiendo prosiga…


Los tres nos teníamos que hacinar en el único camarote que el barco tenía para dormir, e irnos a comer y ducharnos al Club Náutico. Ese era el único momento del día en que les dejaba abandonar el muelle, mis hijos se pasaron varios días sin hablarme. Pensaban que me había vuelto loco después de la muerte de su madre, no entendían porque no habíamos hecho ni funeral ni entierro. A mí me daba igual, mi deber era protegerles a toda costa.



Acudía a diario a Pontevedra, pasaba algunas horas en el ayuntamiento al fin y al cabo seguía siendo mi trabajo. Mis tareas como concejal de deportes pronto perdieron por completo importancia. Al principio no dejaba de hablarse de lo sucedido en el Ambulatorio, la gente me preguntaba por lo ocurrido a mi mujer. Pero pronto aquello pasó a ser poco más que una anécdota comparado con otros ataques. Al día siguiente de lo del hospital, fueron un par, al siguiente diez, y así en progresión geométrica, pero mis sospechas acerca de la manera de actuar de nuestros dirigentes se confirmaron tristemente.


Se tardó demasiado en empezar a ejecutar a los infectados. Se tardó demasiado en hablar de muertos vivientes en los medios. Se tardó demasiado en tomar medidas en conjunto con otros países….



Como me había temido, nuestro mayor enemigo no fue la infección, lo fue nuestra incredulidad. La inclinación a lo políticamente correcto, nuestra tendencia social a que nos rechacen, tomándonos por locos.



Fue entonces..en el principio de la pandemia, por culpa de la ignorancia, cuando sucedieron algunos de los episodios más escalofriantes.


(funcionario): ¿Por ejemplo?


Recuerdo el caso de una mujer a la que un no muerto había mordido. Una herida superficial le dijeron en el hospital, un vendaje, antitetánica y para casa. El problema llegó cuando aquella mujer falleció y se reanimó convertida en un no muerto, mientras cumplía su jornada laboral .. en una guardería infantil…….


(Funcionario): Diosss .. ejem.. bueno creo por hoy ya hemos terminado…estooo… siento que tenga usted que recordar esto pero …


me hago cargo no se preocupe… hasta mañana…

Conste y certifico.

En Tenerife 25/03/0012

2ª PARTE

2º PARTE


En fecha 24/03/0012 continuación comparecencia


(Se transcribe):

" Bueno por dónde íbamos? ...Así.. Mientras mi mujer era operada de las graves heridas que tenía en el cuello llamé por teléfono a mi casa y hablé con mi hijo Enrique. Hice lo que pude para tragarme las lágrimas, le dije que fuese con su hermana a la casa de mis padres, que su madre y yo habíamos tenido un accidente que no fuesen al colegio esa mañana.



Mi hijo Enrique tenía quince años en aquel momento, no estaba muy unido a él por culpa de su rebeldía adolescente y mi poca paciencia. Es curioso, pero todo lo que pasó, todo lo que juntos tuvimos que sufrir, nos uniera de aquella manera. Estoy convencido de que si pude sobrevivir a esta locura, si pude sacar fuerzas de flaqueza en los momentos más crudos, fue gracias a Enrique y su hermana Elena por supuesto.


(Funcionario): Por favor cíñase a los hechos, gracias.

Entiendo, mientras esperaba en la puerta del quirófano el resultado de la operación de mi mujer, vi llegar policías nacionales y locales. En poco tiempo, llegaron más de veinte coches patrulla, las cosas se pusieron muy feas en la segunda planta.



Se escuchaban los gritos y los golpes desde la planta baja. Vi bajar a varios policías con un enfermo inmovilizado, tenía las esposas puestas y los agentes utilizaban sus porras para inmovilizarle la cabeza y así intentar evitar que les mordiese. Nadie entendía lo que estaba sucediendo, el estupor se reflejaba en los rostros de policías, médicos y demás pacientes del hospital. Después de mucho batallar consiguieron reducir a todos los infectados. Pero casi todos los que intervinieron resultaron heridos por mordiscos.



El médico salió con lágrimas en los ojos del quirófano. Nunca había visto a un doctor tan afectado, en principio pensé que era lógico puesto que al fin y al cabo mi mujer era compañera suya. Luego comprendí que había algo más, aquel hombre había visto algo allí dentro que escapaba a sus conocimientos médicos. Aquel pobre hombre pudo ver como mi mujer se moría entre convulsiones y hemorragias masivas, un espeluznante espectáculo del que desgraciadamente todos los supervivientes, posteriormente, hemos sido testigos antes o después.



Mientras el doctor me consolaba como podía en la puerta del quirófano, un grito de horror salió del mismo. Ambos entramos precipitadamente y bueno lo que vi .... Lo que presencié en aquel momento en el que mi cerebro aún no estaba acostumbrado a aquel horror, me marcó para siempre.


Mi mujer, recién fallecida, estaba de rodillas en el suelo, al lado de la mesa de operaciones. Incorporada encima de una enfermera, la cual, tumbada en el suelo boca arriba agitaba sus brazos y piernas con desesperación, intentando zafarse de Rosa. Por una milésima de segundo pensé que de alguna extraña manera mi mujer no había muerto y le estaba haciendo el boca a boca a esa enfermera. Sé que es absurdo, pero...... ¿qué otra cosa lógica podía estar sucediendo?.


Cuando me acerqué descubrí lo que realmente ocurría. Mi mujer se estaba comiendo la cara de la enfermera. Masticaba sus labios, sus ojos, su nariz con voracidad, totalmente bañadas ambas en sangre. Aquella imagen vuelve a mi mente cada noche. Si no hubiese sido por mis hijos en aquel preciso instante yo habría perdido la razón.



Me quedé petrificado, no pude reaccionar. Por un segundo me miró y fue entonces cuando comprendí que aquella ya no era mi mujer. Aquello ya no era mi mujer, en ese momento no podía saber que estaba pasando, pero comprendí que las cosas ya no volverían a ser nunca más como hasta entonces.



Fue el médico el que se acercó para separar a Rosa de su víctima. Al verlo, Rosa se giró y saltó como un gato sobre el médico arrancándole varios dedos de la mano de un mordisco. Dos celadores entraron inmediatamente y entre los tres, la inmovilizaron con correas a la mesa de operaciones. Yo no pude moverme, me quedé apoyado contra una pared atónito, viendo aquello en lo que se había convertido mi esposa. Viendo su mirada perdida, viendo como masticaba ávida los jirones de carne, mientras la sangre caía en cascada por su cuello y pecho. Viendo como lanzaba dentelladas al vacío intentando alcanzar a los celadores. No fui capaz de articular palabra, no intenté siquiera razonar con ella ...... algo dentro de mi entendió en ese momento lo que estaba sucediendo.



Me senté en la sala de espera durante horas intentando asimilar lo que había visto. No reaccioné, no llamé a nadie, no hablé con nadie, simplemente estuve allí sentado horas. Con la mirada fija en el vacío y una banda sonora de gritos, de sirenas, de lamentos y de gemidos. El médico se sentó a mi lado con su mano vendada y un torniquete en el bíceps. Dijo algo pero no le escuché, no le miré, es posible que me hablase de un plan epidemiológico y de otros casos en otros hospitales, pero no le presté la más mínima atención. Mi mente intentaba procesar las últimas horas de visita al averno.



Aquella fue durante años la última ocasión en la que me permití ser débil, en la que permití que los hechos me superasen. En aquella silla se quedó sentado para siempre el concejal de deportes de una pequeña ciudad y el superviviente se puso en pie con dos ideas claras. La primera de ellas era que esta situación no había hecho más que comenzar. La segunda era que tenía que poner a salvo a mis hijos...


(funcionario) Esta bien señor 95.628 por hoy hemos finalizado

Conste y certifico.

En Tenerife 24/03/0012

1º PARTE




1º PARTE



Que se presenta, en estas dependencias libre y voluntariamente al objeto de ser oído en declaración a tenor de los hechos acaecidos a partir de la fecha 1 del mes 1 del año 0.


Que el abajo firmante da su consentimiento para que esta declaración sea utilizada por el presente ministerio y su servicio de Política Infecciosa en la evaluación de los actuales planes de prevención epidemiológica y los diferentes gabinetes de Análisis de riesgos e Infraestructuras de contención infecciosa.

Que por la presente es informado de la inmunidad jurídica sobre los posibles delitos derramados de la consiguiente declaración según ley 29/0010 . Hecho que se refrenda en acta aparte.

Que preguntado ¿Como recuerda el comienzo de la infección? Responde:

(se trascribe ):

Vaya ... había intentado bloquear estos recuerdos .... pero bueno creo que es importante que analicemos los fallos que cometieron .... que todos cometimos.


Soy .. bueno era trabajador en el ayuntamiento de mi ciudad, en las últimas elecciones mi partido político había sacado un buen resultado y yo fui puesto al frente de una concejalía de deportes, en aquel momento tenía 46 años y mi vida discurría monótona y sencilla como la de tantos otros ..

En estos últimos meses he hablado mucho, con otros supervivientes, he escuchado como sucedió.. como comenzó todo, y bueno ... yo lo viví de otra manera. Digamos que no tuve tiempo para hacerme una idea de que algo se nos echaba encima, digamos que la dura realidad fue la que se me echó encima.



Mi mujer trabajaba como enfermera en el turno de mañana en un ambulatorio privado, los militares como otros muchos funcionarios, tenía un acuerdo por el cual eran atendidos en dicho centro. A los pocos días de la revuelta en Rusia, militares médicos fueron enviados para colaborar en tareas humanitarias, no duraron mucho puesto que las situación se les fue de las manos enseguida, varios de ellos regresaron heridos, uno de ellos, un capitán cirujano, fue atendido en la unidad de quemados del ambulatorio.


Una gran quemadura cubría su pecho y según mi mujer me contó, presentaba mordiscos en los brazos y piernas... los médicos le dijeron a la familia del capitán que había sido algún tipo de animal, pero ellos sabían que no había sido así.



La mañana siguiente después de que llegase el militar, llevé a mi mujer a trabajar antes de dirigirme a ayuntamiento. Teníamos por costumbre aparcar en el área reservada para personal sanitario justo enfrente a la puerta principal y tomarnos un desayuno rápido en la cafetería antes de despedirnos. La quería, la quería mucho.



No recuerdo muchas cosas que sucedieron durante estos años, pero en cambio, recuerdo claramente lo que sucedió aquella mañana, nunca lo podré borrar de mi mente.



A las siete de la mañana se hacía el relevo al turno de noche en el hospital, sería las siete menos veinte cuando llegamos, después de tomar el café, mi mujer se despidió de mi con un beso y un "te quiero hasta la tarde". Yo me quedé unos minutos más terminando de leer el periódico, alucinado con las noticias que estaban llegando de Daguedestán.


Un revuelo me sacó de mi lectura, algo había pasado. El personal del Hospital corría de un lado para otro, gritaban pidiendo que viniesen los de seguridad.


Al parecer, cuando se hizo el relevo en la planta de quemados algunos pacientes habían atacado a las enfermeras....cuando escuché eso, enseguida entendí que Rosa estaba involucrada, por lo que subí corriendo las escaleras hasta la planta de quemados. En esos segundos pasaron por mi cabeza mil cosas, ¿habría sido algún paciente de psiquiatría fugado? algún familiar descontento? no tenía sentido, los pacientes no podían haber sido. La mayoría de ellos estaban tan sedados por sus heridas que un camión de mercancías podría pasar por aquella sala sin que se inmutasen.



Cuando llegué a la segunda planta lo primero que vi fue a dos vigilantes de seguridad, porra en mano, empleándose afondo con cuatro pacientes, les golpeaban con sus porras... ahora casi da risa ..pero en aquel momento .. Dios .. necesito parar unos minutos .. no

puedo seguir.



Gracias por el vaso de agua.. ya estoy mejor, bueno, ¿por dónde iba? si ya….. Llegué a la segunda planta y dos vigilantes estaban aporreando a cuatro pacientes, bueno usted ya sabe cómo se comportaban estos "pacientes" . Los vigilantes les golpeaban con furia y ellos no retrocedían ni un milímetro, avanzaban, agarrándoles y mordiéndoles una y otra vez. Yo no entendía que podía haber sucedido para que se comportasen así, tenían las facciones desencajadas y parecían no estar afectados por las inmensas quemaduras que cubrían sus cuerpos. Estaban medio desnudos y parcialmente mutilados.

Recorrí la sala de quemados con la vista hasta que la encontré. Mi mujer estaba sentada en el suelo de la oficina de enfermeras, sangraba abundantemente por el cuello pero todavía estaba consciente. Sin prestar atención a la trifulca a la que ya se habían sumado seis vigilantes más, ayudé a mi mujer como pude, le taponé la herida mientras que le preguntaba ¿pero qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? fue entonces cuando se me abalanzó por uno de los enfermos.


Me agarró con muchísima fuerza por la espalda, recuerdo que pensé ¿pero bueno, pero este hijo puta que se ha creído? le voy a dar unas hostias, me da igual que esté churruscado. Me di la vuelta rápidamente y le agarré con fuerza por el cuello, no entendía por qué no me pegaba y solo intentaba morderme. Recuerdo aquellos pensamientos, razonamientos lógicos en otra era....pero...ya no.

En aquellas fechas pesaba casi veinticinco kilos más que ahora, y la verdad es que estaba como un toro. Le di dos golpes en las costillas que hubiesen tumbado a un hipopótamo y pero el hombre ni se inmutó. También le asesté varios puñetazos en la garganta, gracias a dios que instintivamente golpeé allí y no en la boca o la nariz. Si lo hubiese hecho, casi seguro que no estaría aquí ahora. Pero aquel tipo parecía que estaba hecho de acero. Por último, le acerté con una patada frontal con la que si pude sacármelo de encima por unos segundos, los suficientes, para coger a mi mujer en brazos y salir corriendo hacia la planta baja donde estaba urgencias.

Cuando pasé al lado de la trifulca, varios celadores ya se habían unido a la misma y tenían arrinconados entre todos, a los pacientes contra una pared utilizando bancos del pasillo, camas de las habitaciones y todo lo que tenían a mano para intentar controlarlos. Les dediqué un fugaz vistazo a sus caras cuando pasé, estaban todos perplejos con lo que estaba sucediendo, pero valientemente le plantaban cara a los engendros, gracias a ellos, a su sacrificio, pude llegar a urgencias con mi mujer en brazos.


Escuché sirenas de policía acercarse y no dejaba de subir personal del hospital intentado colaborar con los vigilantes y celadores.



Ahora, con lo que se, puedo imaginar lo que sucedió aquella noche en la sala de quemados del ambulatorio. El capitán médico llegado de Daguedestán falleció durante la noche, y a causa de las mordeduras que había recibido se reanimó convertido en un no muerto. Mató a las enfermeras de servicio y luego se dió un festín con los internados...uno a uno.. solo espero que aquellos infelices estuviesen suficientemente sedados para no enterarse de nada. No me puedo imaginar el sufrimiento de alguien postrado en una cama con grandes quemaduras en su cuerpo, siendo consciente de que un ser infernal se estaba comiendo vivos, primero a tus compañeros, y que pronto, inexorablemente tú serías el próximo, sin poder huir. Sabiendo que las únicas personas que te podrían ayudar, las encargadas de velar por ti, yacían en el suelo con medio cuerpo devorado, en fin ... como todo lo que sucedió a partir de ese día ... horrible.


Quedaron atrapados dentro de la sala el capitán y los pacientes que no devoró por completo, lo que restaba de la noche. Las puertas estancas, diseñadas para mantener la zona totalmente limpia, impidió que aquellos monstruos extendiesen la infección por el resto del hospital. Probablemente el personal del hospital estaba acostumbrado a que gritos y gemidos saliesen de aquella sala.


Cuando mi mujer llegó a la sala y abrió la puerta con intención de relevar a sus compañeras, abrió las puertas del mismísimo infierno....

Y así es como recuerdo el comienzo de la infección

(funcionario ): Esta bien señor 95.628 por hoy hemos finalizado

Conste y certifico.

En Tenerife 23/03/0012