martes, 17 de julio de 2007

4ª PARTE

4º PARTE


continuación de la comparecencia al superviviente 95.628

Se transcribe:

(Funcionario): Bien, ya nos ha hablado del comienzo, pasemos a la caída de la zona segura de Pontevedra ¿Qué recuerdos tiene de aquellos días?:


En varias ocasiones el Alcalde nos citó a todos los concejales para comunicarnos algunas medidas que se iban a tomar…. No recuerdo todas, pero creo que fueron gilipolleces tales como apoyo psicológico a las víctimas, presentar al ayuntamiento como acusación popular en el caso de reclamaciones jurídicas. En fin… cosas absurdas de ese tipo…. En una de esas reuniones, simplemente me levanté y me fui sin decir una sola palabra, para no volver nunca más.


En esos días, otras personas, alertadas por el desarrollo de los acontecimientos se fueron a vivir a sus barcos del puerto deportivo. Eso me alegró, puesto que de esta manera mis hijos ya no estarían solos durante el día y me permitía estar más tiempo fuera ayudando a mis padres, los cuales ya sabían que lo del Ambulatorio no había sido producto de mi mente desquiciada, a aprovisionarse.



También, para informarme del desarrollo de los acontecimientos en otras ciudades y países. Aquello pintaba mal, muy mal. Pronto comenzaron los saqueos, encontrar víveres comenzó a ser una necesidad vital para todos y para muchos ya fue demasiado tarde.



Mis hijos se empezaron a dar cuenta entonces de la gravedad del asunto y sus gestos de enfado se tornaron en colaboración absoluta y una disciplina casi castrense en las obligaciones diarias que les imponía.



Recuerdo que tuvimos bastantes problemas, al principio, entre los que nos instalamos en el club. Sin duda el más grave ocurrió cuando una familia insistía en alojar con ella a un sobrino que presentaba claros síntomas de haber sido mordido....



Entendí enseguida que sería imposible convencerlos de que lo tenían que abandonar fuera del recinto del club. El padre de familia era un tipo de mucho dinero. Se le notaba acostumbrado a dar órdenes y no aceptaba mi consejo y… bueno… no insistí más y aproveché la oportunidad para conocer más afondo con lo que me enfrentaba, y por otro lado, enseñar al resto de las familias lo que podía pasar si encubrían a un infectado.



La noche en que llegó el crío, después de la discusión con el padre de familia, esperé horas sentado en el muelle. Monté guardia pacientemente justo enfrente donde se encontraba amarrado el yate de aquella familia.



Eran cinco los miembros de aquella familia más el sobrino infectado. Los primeros rayos del alba llegaron de la mano con los primeros gritos provenientes del interior del barco. En ese momento me levanté de mi asiento regodeándome en la sensación de tener la razón de mi lado. Largué poco a poco el cabo hasta que el velero se elejó unos seis o siete metros del muelle. Luego, volví a amarrar el cabo y esperé.... Aquella familia subió desesperada a la cubierta entre sollozos y aspavientos.... Alertados por la algarabía, las otras familias comenzaron a salir de sus embarcaciones y se acercaron para ver lo que ocurría.



Todos, Enrique y Elena incluidos. Asistimos a la encarnizada batalla en la cubierta del velero entre aquel padre y su hijo mayor con el sobrinito.


Lucharon como jabatos lo reconozco, no me esperaba tanto de aquellos pijos. La madre y los dos hijos más pequeños saltaron al agua y alcanzaron el muelle a nado. Finalmente, aquel hombre y su hijo consiguieron arrojar por la borda al no muerto. Desgraciadamente ambos ya habían sido mordidos. Cuando se deshicieron del engendro, cobré despacio del cabo. Una vez amarrado nuevamente el yate al pantalán di un paso atrás….



El padre de familia, de pie en la cubierta, me miraba con desazón. En su mirada, acerté a distinguir una mezcla de culpabilidad y de súplica por la vida de su hijo. El cual, con poco más de dieciocho años, intentaba contener las lágrimas ante lo inevitable.


Amoedo, el dueño y armador de varios barcos atuneros y propietario también de un hermoso yate de 12 metros que ocupaba una plaza de amarre tres más allá que el mío. Un tipo que al inicio de su pubertad se había embarcado en un pesquero para no desembarcar hasta su jubilación. Ordenó a su mujer que hiciese entrar a la aterida mujer del pijo y a sus dos hijos al interior de su barco. "pra que se quenten un pouquiño, dalles unha soupiña ou aljo”.


Amoedo siempre hablaba en algo parecido al gallego. Cuando la mujer y los niños se introdujeron en su barco, abrió sin prisa el tambucho de proa y extrajo una enorme hacha de cortar la leña. Sin mediar palabra alguna, saltó con decisión sobre la proa del barco de los pijos. Sin darles una sola oportunidad, los descuartizó… como probablemente Amoedo había descuartizado en su vida multitud de atunes, bonitos y peces espada. Amoedo, un tipo normal de un pueblo pesquero, mató en presencia de más de cincuenta personas a aquel hombre y su aterrado hijo… Nadie intentó detenerlo, nadie en el muelle movió un solo músculo por los pijos. Sin duda, esa era exactamente la reacción que yo buscaba… en mi obsesión por salvar a mis hijos, era de personas del tipo de Amoedo de las que tenía que rodearme ….. no de pijos.


(Funcionario): Usted sabía lo que iba a ocurrir, pudo haberlos salvado, si no hubiese soltado amarras ....


Si no hubiese soltado amarras probablemente Amoedo en vez de matar a dos, hubiese tenido que descuartizar a cinco o a diez..... entre ellos yo o mis hijos, y como ya manifesté nada ni nadie se interpondría en el camino de salvarlos.


Aquel hombre tomó su decisión y le costó la vida tanto a él como a su hijo.... de paso sirvió para que nadie más volviese a cuestionar mi criterio en las medidas de aislamiento.



Nadie me reprochó nada, aquel episodio sirvió paradójicamente para unirnos como grupo y buena falta que nos hizo se lo aseguro. No soy un monstruo, entre todos, cuidamos de aquella mujer y sus hijos, la cual por cierto, tampoco me recriminó nunca nada, más bien todo lo contrario.....de hecho, hoy en día, ella es mi mujer.



(Funcionario) : está bien... está bien... no estamos aquí para cuestionarle...continuemos con la situación en la provincia de Pontevedra ...



En una semana escasa, el ejército ya había tomado el mando y comenzaba a evacuar los pequeños núcleos urbanos que rodean Pontevedra entre ellos Marín, concentrando a la población en los puntos seguros más cercanos. Los soldados nos visitaron en nuestro refugio del náutico. Nos dieron la oportunidad de irnos con ellos avisándonos que los que se quedasen, lo harían bajo su propia responsabilidad. A partir de ese momento estábamos totalmente solos.



En el club ya éramos más de treinta familias. Nos habíamos organizado bastante bien y nos sentíamos bastante seguros allí, yo había sido el primero en tomar aquel sitio como nuestro pequeño punto seguro y hacia mi se dirigieron todas las miradas cuando el soldado nos dio la oportunidad de acompañarle. Yo agradecí encarecidamente el ofrecimiento de los soldados, pero opté por quedarnos allí. Tan solo tres familias abandonaron sus yates para irse con ellos, no sin antes, autorizarnos para usar las embarcaciones si nos hacían falta.


Los soldados antes de irse nos dieron algunos consejos de cómo actuar ante los no muertos, disparar a la cabeza, el fuego, etc.. en fin, lo que todos ya sabemos, nos dijeron que esta situación pronto se arreglaría… que aguantáramos unos días hasta que pudiesen acabar con esos engendros, que volverían a por nosotros.....doce años después aún estaríamos esperando....



Acordamos entre todos los del club que si las cosas se ponían feas, soltaríamos amarras y nos dirigiríamos a la isla de Tambo, ese sería el punto de reunión en caso de perdernos unos de otros.



Organizamos turnos de vigilancia y reforzamos las puertas de hierro que impedían el acceso pequeño muelle del Club. Habíamos logrado hacer acopio de una cantidad importante de víveres, yo repartí lo que tenía en el cobertizo entre las familias que menos habían podido traer, a cambio recibí abundantes medicamentos y gasolina, resistiríamos una buena temporada o eso creíamos...


Durante algunos días no sucedió nada significativo en el muelle, nadie más vivo o muerto se acercó al club, tan solo la radio nos mantenía informados de lo que iba sucediendo. Los podridos estaban acosando Pontevedra, la tenían rodeada, los policías y militares rechazaban como podían los ataques. Hoy en día sabemos que las grandes concentraciones de personas atraen a grandes cantidades de Podridos, pero en aquellas fechas no se sabía nada de esto.


La escuela naval de Marín un recinto militar, a escasa una milla por mar del Club Náutico, había sido también usado como punto seguro pero al parecer cayó rápidamente. La escuela Naval tenía un perímetro de seguridad con altas rejas pero, no dejaba de ser una escuela, carecían de un buen arsenal y cuando la munición comenzó a escasear en los demás puntos seguros la escuela Naval dejó de ser abastecida y terminó por caer. Casi todos sus refugiados pudieron ser evacuados desde allí a la isla de Tambo a Pontevedra.



Cuando el viento soplaba del este el eco de la batalla por la defensa de la ciudad llegaba con claridad. El sonido de los disparos retumbaban en toda la ría. Por la noche, los destellos de las explosiones iluminaban el cielo.



Uno de esos días la corriente eléctrica se cortó y tuvimos que comenzar a arrancar los barcos para tener energía. Y claro.. con el ruido de los motores... llegaron los podridos…..


(funcionario): se nos ha acabo el tiempo hoy nos hemos extendido bastante más de lo normal, hasta mañana


hasta mañana.

En Tenerife 26/03/0012

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